«Showrunner» de su propio relato
El líder de Podemos consume series de forma compulsiva, las recomienda y las usa como herramientas de su propio análisis
En su día, pensadores como Gio- vanni Sartori y Jean Baudrillard ya vaticinaron que, por culpa del consumo televisivo, nuestra habilidad para formar ideas y en- tenderlas acabaría anulada, y la búsqueda permanente del entretenimiento determinaría nuestra aproximación a la opinión pública y hasta a nuestros problemas más inmediatos. Llegados a ese punto, tendría sentido que nuestros líderes se presentaran ante nosotros como personajes de una ficción llena de drama, épica y piruetas argumentales suministradas por capítulos. Seguro que les suena familiar.
Es inevitable señalar a Pablo Iglesias como uno de los principales principales responsables de la introducción del léxico y las estrategias dramáticas propias de la ficción televisiva en el discurso político. El líder de Podemos consume series de forma compulsiva, las recomienda, las usa como herramientas de análisis; además, ha hecho de la sorpresa narrativa una constante de la política del partido. Y por eso resulta tentador asumir que, hasta cierto punto, esos referentes televisivos condicionan su conducta pública.
Sin ir más lejos, cuando hace dos semanas anunció que abandonaba la vicepresidencia para encabezar la candidatura del partido cara a las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid, numerosos analistas políticos explicaron su decisión usando términos como Giro de Guion o «Cliffhanger» –anglicismo referi- do a ese recurso narrativo dise- ñado para dejar al espectador boquiabierto al final de un episo- dio–; «Madrid no es una serie de Netflix», lamentaba al respecto la candidata de Más Madrid, Móni- ca García, y mientras tanto el tí- tulo de una de HBO empezaba a estar en boca de todos.
Descrita en su día por Iglesias como una «obra maestra» –se la había recomendado Pedro Sán- chez–, «Baron Noir» se erigió en significante de la situación no solo porque relata las luchas de poder en el seno de una formación de izquierdas. Su protagonista, Philippe Rickwaert, es un político dispuesto a hacer lo que haga falta para asegurarse el po- der –en su caso, alcanzar la pre- sidencia de Francia–, y que tras ser arrinconado por los suyos decide vengarse; un tipo que seduce al electorado con su retórica y haciendo alarde de cercanía con el pueblo, que interpreta las situaciones con lucidez excepcional y se las arregla para tomar siempre sus riendas. No es posible saber si Iglesias estaba pensando en Rickwaert cuando, enfrentado a la probable salida de su partido de la Asamblea de Madrid y a su propio malestar dentro del ejecutivo central, decidió presentarse como la gran espeEn
espeEn plena negociación para formar Gobierno, Pablo Iglesias dejó caer que estaba revisionando una de las obras maestras de HBO: The Wire. La serie cuenta las andanzas de un grupo de policías, encargados de investigar el tráfico de drogas en Baltimore.
ranza de la izquierda contra Isa- bel Díaz Ayuso y la ultraderecha. Sea como sea, seguro que le gustó ser mencionado en la misma fra- se que él.
El espejo imposible
Cuando en 2015 la serie danesa «Borgen’ empezó a ser mencio- nada al hablar de Podemos y de lo que entonces se conocía como centroizquierda en general, muy pocos la conocían y aún menos la habían visto –su audiencia ha aumentado desde principios del año pasado, cuando sus tres tem- poradas se incorporaron al catá- logo de Netflix–; su protagonista es Birgitte Nyborg, que se con- vierte en la primera mujer en alcanzar el cargo de Primer Mi- nistro en Dinamarca tras unas elecciones en las que su agrupa- ción acaba tercera en número de votos y que, por tanto, por entonces se convirtió en algo parecido a una superheroína para los representantes de la autoproclamada nueva política.
Dos años después, a tiempo para las elecciones a la presidencia de Cataluña, Iglesias bautizó a Xavier Domènech, candidato de Catalunya en Comú, como «el candidato Borgen»; a su juicio, era el único capaz de dialogar con los partidos independentistas y con los llamados constitucionalistas. A decir verdad, todos buscaban ser la versión local de Nyborg, como si aquella campaña no estuvira marcada por el tipo de vetos y líneas rojas que impiden cualquier forma de consenso.
La respuesta está en Poniente
Incluso antes de aquel día de abril de 2016 en el que aprovechó una visita de Felipe VI al Parlamento Europeo para regalarle una copia en blu-ray de las cuatro primeras temporadas de «Juego de Tronos» –gracias a ellas, afirmó, el monarca obtendría «las claves para entender la crisis política en España»–, Iglesias ya llevaba tiempo pregonando su devoción por la ficción de HBO. En sus años como profesor en la Compluten- se, después de todo, había coordi- nado la publicación de «Ganar o
Morir: Lecciones políticas en
Juego de Tronos» (2014), que usa- ba las intrigas relatadas en la serie para justificar la eclosión de
Podemos en una España corrup- ta y necesitada de una regenera- ción urgente, y su lucha por la toma del poder.
Desde entonces el líder de la formación morada ha declarado en repetidas ocasiones que, entre todos los habitantes de los Siete Reinos, su favorito es Tyrion Lan- nister. Es un hombre inteligente, muy hábil con el sarcasmo y es- pecialmente dotado con el don de la palabra, y por tanto tiene sen- tido que Iglesias se identifique con él. En «Ganar o Morir», en todo caso, Podemos declaraba reconocerse en otro personaje, Daenerys Targaryen –también conocida como Khaleesi– una revolucionaria decidida a rom- per con lo establecido en pos de un modelo de Estado más justo y que, episodio tras episodio, «con- sigue reunir un gran poder, y es gracias a ese poder como consigue apuntalar y acrecentar su legitimidad». Entonces aún falta- ba mucho para que, en los últi- mos compases de la serie, Kha- leesi se sirviera de esa legitimidad para masacrar y convertirse en tirana.
Política de choque
A lo largo de los 65 episodios que pasó al frente de «House of Cards», Frank Underwood se confirmó como un político astu- to y despiadado, y tan hambrien- to de poder como dispuesto a recurrir a la manipulación, la venganza y hasta el derrama- miento de sangre para saciar ese apetito. Por supuesto, Pablo Igle- sias no ha matado a nadie -que se sepa-, pero eso no ha impedido que se le comparara frecuente- mente con aquel carismático villano. Sucedió, por ejemplo, en enero de 2016, cuando se reunió con Felipe VI y acto seguido ofre- ció al PSOE –en rueda de prensa y sin avisar antes a Pedro Sán- chez-–una propuesta envenena- da de gobierno de coalición en el que él mismo ostentaría la vice- presidencia.
Dos meses después, mientras Netflix emitía la cuarta temporada de «House of Cards», Iván Redondo publicó en la prensa una conversación imaginaria entre Underwood e Iglesias, y este último la disfrutó tanto que, un mes después, invitó al analista político –por entonces aún no ejercía de ‘spin doctor’ de Sánchez– a su programa televisivo «Otra Vuelta de Tuerka». Durante la charla, uno y otro debatieron sobre la serie, se apasionaron comparando la política con el ajedrez, se recrearon en sus respectivas capacidades para la oratoria y el análisis –psicológico, sociológico, demoscópico– y se hicieron mucho la pelota. Seguro que por entonces ya daban por hecho que tarde o temprano se batirían en combate, y que ambos harían uso de las enseñanzas de Underwood -sobre uso de los medios, sobre chantaje, sobre escenificación- para librarlo. Sean ellas la inspiración de su último movimiento o sea «Baron Noir», el 4 de mayo Iglesias tendrá ocasión de comprobar hasta dónde llega su talento como «showrunner».