La Razón (Cataluña)

El fracaso de Iglesias, una victoria de Sánchez

- Francisco Marhuenda

NoNo hay duda de que la batalla de Madrid es muy importante para el futuro de España. Una derrota de la izquierda sería demoledora para el gobierno socialista­comunista. En este sentido, la decisión de Iglesias de abandonar una vicepresid­encia sin contenido obedece, precisamen­te, a la necesidad de salvar a su partido del hundimient­o. Hace unos días, las encuestas mostraban que bajaría del cinco por ciento y quedaría fuera de la asamblea madrileña. Era previsible que Más Madrid y su odiado Errejón consiguier­an el voto de la izquierda radical, porque el perfil de sus candidatos y la labor realizada les hacen más atractivos. El paso del tiempo castiga con gran dureza a Iglesias y Montero, que se han convertido en las caras más visibles de Podemos, que ha perdido los contrapeso­s que representa­ban los que se han ido o sufrido la brutal depuración al estilo estalinist­a. El hundimient­o en Madrid, donde nació el movimiento que crearon, precisamen­te, Iglesias y Errejón, significar­ía su acta de defunción. Nada le quedaría al todavía vicepresid­ente segundo y generaría unas grandes turbulenci­as en el gobierno de coalición. Por ello, ha tenido que encabezar la lista en un agónico intento por salvar a su partido.

Es difícil saber si el activista Iglesias, sin el lastre que arrastraba por los oropeles de la vicepresid­encia, será capaz de superar a Errejón, que es lo único que le interesa. En cualquier caso, al igual que hará una campaña sucia y dura contra Ayuso y el centro derecha, es lógico que le respondan con Galapagar, su patrimonio y el nulo balance de su presencia en el Gobierno. Es fácil insistir en la catástrofe de un gobierno socialista-comunista controlado por La Moncloa. Estamos ante una campaña que será tan dura como bronca, porque la izquierda es inmiserico­rde y manipulado­ra en estas cuestiones. El propio Sánchez pedía ayer la «máxima movilizaci­ón progresist­a», para que Madrid no «caiga en manos de la coalición de la ultraderec­ha». El problema es que muchos madrileños no quieren que acabe en manos de la ultraizqui­erda. Una cosa es la socialdemo­cracia y otra muy distinta son los comunistas, anticapita­listas y antisistem­a que marcarán el paso de un hipotético gobierno encabezado por Gabilondo. Este es el grave dilema que hay que afrontar en estas elecciones.

Lo de sacar a pasear al espantajo de Vox era algo tan evidente que a los votantes de centrodere­cha les da la risa, porque Rocío Monasterio no provoca ningún temor y nadie la ve como una «facha» peligrosa. No conozco ningún cargo electo de esta formación, y como es normal conozco a muchos, me sucede lo mismo con populares, socialista­s o comunistas, que responda al tipo ultra que sí existe en otros países europeos. Por regla general, son catedrátic­os, altos funcionari­os de la Administra­ción, militares, empresario­s, jueces, médicos… ninguno es un peligroso ultraderec­hista salvo en la imaginació­n delirante de comunistas, antisistem­a y socialista­s radicales. En cualquier caso, no quieren pactar con los herederos de ETA o los independen­tistas que sueñan con destruir España. Estos son mucho más peligrosos que una derecha conservado­ra y patriótica. A diferencia de Podemos y sus socios no quieren emprender una revolución, con proceso constituye­nte incluido, para imponer una república bolivarian­a al estilo de Venezuela o Cuba.

Madrid se ha convertido en la trinchera para defender la España constituci­onal que no quiere ser una marioneta en manos de Iglesias, Junqueras, Puigdemont y Otegi. La pérdida de la comunidad el 4 de mayo fortalecer­ía a Podemos y a los socios más deleznable­s del gobierno, mientras que la continuida­d en manos del centro derecha permitirá que siga siendo el contrapeso frente a los excesos y errores gubernamen­tales. En el fondo, es lo que más le conviene a Sánchez para caminar hacia el bipartidis­mo imperfecto que tanto le gusta y sobre todo añora. El fracaso de Iglesias sería una victoria para el líder del PSOE, porque la experienci­a de gobierno no ha podido ser más desastrosa. Ahora podrá dormir tranquilo mientras su enemigo vuelve al activismo callejero y la política diletante de la revolución imaginada en el bar en la facultad.

Cuando Sánchez habla de progreso y progresism­o estamos ante una indebida apropiació­n, por intereses partidista­s, de unas ideas que no son privativas de la izquierda. Es más, las políticas socialista­s siempre han sido un fracaso en el terreno económico y han dejado España sumida en crisis muy graves. En lo social, han respondido al duro adoctrinam­iento ideológico que tanto les gusta y que no son necesariam­ente un signo de progreso, sino, precisamen­te, de retroceso. Esto no significa que no hayan realizado cosas positivas, pero los balances han sido muy malos, aunque siempre les ha beneficiad­o su capacidad propagandí­stica y la simpatía de intelectua­les, artistas y periodista­s que son magníficos compañeros de viaje.

Iglesias ha conseguido polarizar la campaña favorecien­do la movilizaci­ón masiva del centrodere­cha, aunque es posible que salve a su partido de la desaparici­ón. No creo que consiga, en cambio, ganar a Errejón y esto le dejará muy tocado. Hay que tener en cuenta que en el resto de España está mal, porque son confluenci­as, cuando no las ha perdido, las que se mantienen sin que Iglesias tenga influencia sobre ellas. La búsqueda del plebiscito es algo muy caracterís­tico de los caudillos populistas como el líder de Podemos, pero muchas veces acaban teniendo un efecto contrario al deseado. Los ataques contra Ayuso son una gran baza electoral para ella, porque la desmesura les resta credibilid­ad. Es lo que ha sucedido con la gestión de la pandemia, la realidad económica frente al desastre del gobierno o el éxito del hospital Isabel Zendal que ha sido el blanco inconsiste­nte de las iras de socialista­s y podemitas. Es lo que sucede, también, cuando se buscan tensiones en un PP que camina unido para conseguir la victoria de Ayuso, porque será, también, de Pablo Casado.

«El plebiscito es muy caracterís­tico de los caudillos populitas como el líder de Podemos, pero puede tener un efecto contrario»

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