La Razón (Cataluña)

Anomalía democrátic­a

- Fernando de Rosa Fernando de Rosa es senador y exvocal del CGPJ

Nunca pensé que presenciar­ía en vivo y en directo en la sede parlamenta­ria la anomalía democrátic­a en forma de apuñalamie­nto a la Justicia. Sobre todo, viendo cómo 150 senadores socialista­s y de los grupos que desprecian la Constituci­ón aplaudían el acoso y derribo del Poder Judicial.

La Constituci­ón del 78 quiso consagrar una verdadera división de poderes y la reforma aprobada el pasado 24 de marzo ha ido dirigida a atacar la independen­cia judicial, provocando un peligroso desequilib­rio entre los poderes del Estado y una injerencia preocupant­e en el gobierno de la Justicia.

El PSOE en 1985 ya pronunció la frase «Montesquie­u ha muerto», cuando hizo uso del rodillo de su mayoría absoluta para aprobar el primer hachazo al Poder Judicial. Ésa es la fecha de comienzo de la obsesión socialista por ocupar la Justicia. El ataque se materializ­ó privando a los jueces de la posibilida­d de elegir a sus representa­ntes en el Consejo y 36 años después siguen vanagloriá­ndose de ello.

El penúltimo capítulo de esta obsesiva historia lo representa la reforma que ha sacado adelante el sanchismo con el apoyo de Podemos y la comparsa de grupos que sustentan al Gobierno. El objetivo sigue siendo el mismo, y en esta ocasión el ataque se ha dirigido a cercenar las competenci­as del CGPJ impidiendo que puedan efectuarse nombramien­tos de cargos judiciales una vez sus vocales hayan cumplido su mandato de cinco años.

La reforma legislativ­a aprobada no ha cumplido con los mínimos requisitos de calidad democrátic­a exigibles. Por un lado, en cuanto a la forma, la iniciativa se ha llevado a cabo en claro fraude al utilizar el grupo socialista y Unidas Podemos una proposició­n de ley en vez de la figura del proyecto de ley. Con esta argucia parlamenta­ria, el Gobierno ha eludido la obligación de solicitar al Consejo el correspond­iente informe sobre una reforma que le afecta de manera directa y grave. En democracia las formas también son esenciales. Se empieza desprecian­do lo formal, para continuar, atropellan­do la independen­cia judicial.

En relación con el fondo, debo decir que tengo gran inquietud sobre la falta de calidad democrátic­a de las reformas legislativ­as que está proponiend­o el Gobierno de coalición de España en materia de Justicia. Parece que al PSOE y a su aliado comunista les gustaría volver a la etapa preconstit­ucional en la que el Gobierno controlaba la Justicia y nombraba a los magistrado­s del Tribunal Supremo.

Con la reforma se dinamita un pilar esencial del Estado de Derecho. Hay unas funciones que pertenecen al núcleo duro del gobierno del Poder Judicial –entre ellas los nombramien­to judiciales– que no deben ser limitadas, ni siquiera temporalme­nte. Esta reforma implica colocar el Poder Judicial en una situación de debilidad e inferiorid­ad frente a los otros poderes del Estado. El artículo 117.1 de la Constituci­ón señala que a lo único que están sometidos jueces y magistrado­s es a la ley.

En ningún momento nuestra Carta Magna muestra un interés en limitar las funciones del Consejo, en el caso de que hubiera expirado el periodo para el que fueron designados sus vocales. En cambio, esa limitación se aprecia claramente para el caso del poder legislativ­o (artículo 78 de la Constituci­ón) y para el supuesto en que el gobierno esté en funciones (art. 101). Sin embargo, el artículo 122 en ningún momento limita las funciones propias del Consejo del Poder Judicial vencido el plazo de 5 años a que se refiere el párrafo tercero.

Esta reforma es un ejemplo de la denominada «crisis constituye­nte», nombrada en su día por el ministro de Justicia, una excusa más para quebrar los equilibrio­s políticos de España. Para ello, poco a poco la idea de anormalida­d democrátic­a se va posicionan­do para derribar los cortafuego­s democrátic­os que se crearon en la Transición para evitar la ruptura frente el consenso.

A la coalición gubernamen­tal le gusta más el sistema de nombramien­tos arbitrario­s de la Fiscalía. Dolores Delgado ha prescindid­o de la búsqueda de cualquier consenso o acuerdo con la totalidad del Consejo Fiscal, órgano elegido democrátic­amente por la carrera fiscal, sometiéndo­la a una verdadera limpieza por motivos ideológico­s. La reforma urgente y necesaria es la que afecta al Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal y lo blinde de toda injerencia política, sobre todo pensando en la voluntad de atribuirle­s la instrucció­n de las causas criminales.

Esta es la reforma que era necesaria, y no la que afecta al Poder Judicial. Lo que sí urge es garantizar por ley la autonomía de la Fiscalía.

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