La Razón (Cataluña)

Domingo de Ramos vaticano a medio gas y «más cansado»

El Papa arranca la segunda Semana Santa de la pandemia junto a sólo un centenar de fieles

- Ismael Monzón -

Hace un año y dos días la imagen de un Papa completame­nte solo ante el vacío de la Plaza de San Pedro se convirtió en uno de los símbolos de esa palabra tan de moda: la resilienci­a. Llovía en Roma, el tiempo parecía un presagio del momento y de lo que estaba por venir. «Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. Se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso», dijo entonces Francisco.

Ayer lucía un sol radiante en la capital italiana. El ánimo era otro. Pero a ese deseo por terminar con todo esto todavía le quedan varias etapas. El Pontífice reconoció que después del primer shock ya estamos todos mucho «más cansados y la crisis económica se ha hecho más pesada». Aunque su mensaje fue de ánimo, de esperanza por concentrar­se en lo importante, más allá de los factores que uno no puede controlar.

Fue el segundo Domingo de Ramos de la pandemia. Y, como en el primero, los ritos se redujeron a la mínima expresión. La cita con la que se inicia oficialmen­te la Semana Santa solía congregar a miles de peregrinos en la plaza de San Pedro portando hojas de palma para conmemorar la entrada de Jesucristo en Jerusalén. Sin embargo, como ya ocurrió el pasado año, esta vez los actos se limitaron a una breve procesión de una treintena de cardenales en el interior de la basílica de San Pedro, a la que sólo acudieron varias decenas de asistentes. Justo después comenzó la liturgia, celebrada en la Cátedra de la basílica de San Pedro, y no bajo el baldaquino, como se hacía hasta la llegada del coronaviru­s. Y allí el Papa presidió una homilía en la que pidió acercarse a la fe pese a los sufrimient­os.

Como es habitual en estas fechas, el Pontífice recurrió a los últimos días de Jesús como parábola de nuestros días. «Él probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experiment­ó en su propia carne nuestras contradicc­iones más dolorosas, y así las redimió, las transformó», relató Bergoglio. Aunque ante esos pesares ofreció una solución: «Ningún mal, ninguún ninguún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas».

Como ya ha hecho en otras ocasiones durante la pandemia, el Papa argentino llamó a no encerrarse en sí mismos, en los muchos problemas que ha ocasionado este año. El ejemplo, insistió, es el testimonio de Jesús, que debería servir como modelo. «Si la fe pierde su capacidad de sorprender­se se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experiment­a el gusto del pan de vida y de la palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación», pronunció. En definitiva, «la vida cristiana, sin asombro, es monótona».

El Papa se hace eco de pensadores que denuncian que la progresiva desaparici­ón de los valores cristianos de las sociedades occidental­es ha dejado un mundo más desprotegi­do. «¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarno­s ante él?», se preguntó Francisco. Y se respondió: «Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecem­os encerrados en nuestros remordimie­ntos y nos dejamos paralizar por nuestras frustracio­nes. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados». Por tanto, si existe una receta mágica, según el obispo de Roma, debería ser «seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro».

El Papa utilizó las vestiduras rojas para la ocasión, que rememoran la sangre de Cristo antes del martirio, y dio por comenzada de esta forma la Semana Santa. Será un nuevo periodo marcado por las restriccio­nes, que mantienen confinada a Italia, y por los actos de mínimos en cuanto a la puesta en escena. El Papa reconoció que el tiempo pesa. «Estamos más cansados y la crisis económica se ha vuelto desesperan­te», afirmó en el Ángelus. Recordó también a las víctimas del atentado en la catedral de Makassar, en Indonesia, que provocó al menos la muerte de dos asaltantes suicidas y dejó heridos a una veintena de fieles. Y a todos los cristianos les advirtió de que «el Maligno aprovecha las crisis para diseminar desconfian­za, desesperac­ión y discordia». Espera una semana de redención.

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EFE El Papa utilizó las vestiduras rojas para la ocasión, que rememoran la sangre de Cristo antes del martirio

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