Cuando la racanería mata la genialidad
SientoSiento una profunda admiración por Simeone. Me parece uno de los tres mejores entrenadores del mundo. Conseguir lo que él ha conseguido con un hasta su llegada segundón Atlético es de un mérito extraordinario. Lo suyo es un ejemplo pluscuamperfecto de esa santificación del trabajo de la que habla el cristianismo. Es un estajanovista. Cuando llega de un partido crucial, y más si el resultado ha sido adverso, se encierra en el despacho de su casa de La Finca para verlo de nuevo y repetir una y mil veces las jugadas que no le cuadran. No pocas jornadas postpartido le dan las nueve de la mañana dándole a la rueda de la moviola. Adelante-atrás, atrás-adelante, adelante-atrás. Pero así como no me duelen prendas en ensalzar el trabajo del honrado porteño, que convirtió un buen equipo nacional en uno de referencia en Europa, no me queda más remedio que ponerle algunos peros. Peros que le han impedido alcanzar la gloria en más de una ocasión. Unos peros que se resumen en una palabra: racanería. Una racanería que ha convertido al Cholo en un amarrategui que acostumbra infinitamente más de lo imprescindible a perder partidos que tenía ganados y a tirar por la borda títulos que acariciaba. Sirva recordar esa finalísima de Lisboa que en el minuto 90 se antojaba un terrible vía crucis para el Real Madrid en general y para Florentino Pérez en particular y concluyó en gatillazo rojiblanco tras el cabezazo de Sergio Ramos en el 93. Un gatillazo que acrisoló más si cabe una leyenda sufridora que se resume en ese malvado apodo, El Pupas, que inventó el madridismo para mofarse de su eterno rival capitalino. Por mucho que lo intento, jamás entenderé cómo el míster colchonero desperdició la ocasión de su vida con un partido que tenía a huevo tras la cantada de Casillas en el 36 que propició el gol de Godín. Cincuenta y cuatro minutos eran más que suficientes para rematar el encuentro con un Madrid groggy, sin ideas y al que no le salía nada. El tanto de Ramos resultó inconcebible para un Atlético trabajado tácticamente como ningún otro plantel mundial. Fue marcar el de Camas y venirse abajo el rival en la prórroga. Tres cuartos de lo mismo sucedió en la revancha de Milán en 2016 cuando el Cholo en lugar de apretar, jugársela y conseguir La Primera, optó por replegarse, defender el empate y jugárselo a los penaltis. Lo tuvo a huevo con un Madrid pidiendo la hora, con Bale acalambrado, con Marcelo arrastrándose y, en lugar de desplegar la artillería y sacar a Correa, metió en los minutos finales a un Thomas reñido con el gol y tal vez con el fútbol. Se lo jugó todo a la pericia del extraordinario Oblak en unos penaltis que no son su especialidad. Y volvió a quedarse con las ganas de La Primera regalando La Undécima a Zidane.
Su obsesión ha quedado de manifiesto en los dos derbis de este año y muy especialmente en ese segundo en el Metropolitano en el que, venciendo 1-0, se echó atrás con unos cambios abracadabrantes. Quitó a Correa en el 82, metió a un sobrevalorado Kondogbia, Benzema empató en el 88 y no pagó su tacañería con una derrota porque Dios no quiso. Claro que antes había retirado a un descomunal Carrasco que estaba volviendo tarumba a la defensa blanca. Y así, enumerando ejemplos, podíamos estar hasta mañana.
No se puede jugar como el limitado Athletic del genial Clemente teniendo una plantilla 10 veces más talentosa y goleadora. Simeone o el reino de lo incomprensible. No creo que pierda la Liga, pero ahí está el Barça a 4 puntos, cuando en enero miraba por el retrovisor a los de Koeman con 13 de ventaja y con la calma que debe dar contemplar al Madrid a 11. Tendría su gracia que los blancos le resolvieran la Liga en el Clásico del 10 de abril en Valdebebas… El karma puede dictar sentencia.