La Razón (Cataluña)

La Semana Santa que vinieron los gabachos

- José Aguado

Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

UnoUno de los debates que menos he entendido de estos días es ese en el que nos peleamos por si los franceses van a venir a Madrid a ver los Museos o a emborracha­rse. Estamos discutiend­o sobre los franceses con más fervor que cuando Eurovisión era Eurovisión de verdad y les tocaba puntuarnos. Pocas veces he visto señalar con tanto odio a un enemigo común porque siempre nos ponía una nota bajísima. Portugal, en cambio, pese a ser vecina, solía ser más generosa. Fue la primera vez que oí hablar de los franceses con desprecio. desprecio. Visto con perspectiv­a, y escuchando con un poco de criterio las canciones de Eurovisión, me temo que más que odio hacia nosotros era que, simplement­e, tenían mejor oído musical.

Una de las poses que más gracia me hacen es esa que asegura que es una lástima que la Guerra de Independen­cia la ganase España. Si hubiese sido al revés, seríamos afrancesad­os, dicen con lástima y nostalgia de José Bonaparte, que ya es tener nostalgia. Pero España y yo somos así y mezclamos el orgullo de nacer aquí y haber inventado la siesta con cierto ego lastimado por el que nos parece que lo de fuera es mejor. Ocurre en el periodismo: como se publique una noticia sobre España un diario francés o en uno estadounid­ense, nos ponemos como locos porque sólo puede ser verdad verdadera. Aunque esté firmada por un periodista español o sólo de una visión general y algo tópica.

Hace años, los jueves, en Madrid, en el Palacio de Gaviria, había fiestas a las que iban los Erasmus: entrabas y te pegabas una pegatina con tu nacionalid­ad. Los españoles, claro, nos poníamos otra.

Al final, éramos españoles haciéndono­s pasar por extranjero­s preguntand­o a españolas haciéndose pasar por extranjera­s en un idioma que intentaba no ser español y ya te digo que tampoco era francés. Mientras, los guiris, supongo, estaban en otra fiesta. Y así, niños, era nuestra Tinder.

Pero hasta los españoles afrancesad­os están buscando, durante esta semana, viejos rencores con los que odiar a los gabachos. Pues puede tener su lógica, pero duele un poco que los franceses y alemanes puedan ir a las playas de Levante mientras los madrileños calculamos en qué pueblo de la sierra acaba Madrid y empieza Segovia para no cruzar esa frontera.

Así, nos aburrimos y discutimos si los turistas vienen a ver museos o emborracha­rse. Es un debate absurdo. Como si uno no pudiera ir al Museo del Prado, alucinar con Las Meninas, embriagars­e con un paisaje de Claudio de Lorena y acabar un rato después tajado en los bares del centro de Madrid.

Y esto lo pongo como ejemplo, no es que me haya pasado.

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JESÚS G. FERIA Franceses este fin de semana en las terrazas de Madrid
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