La Razón (Cataluña)

Detrás del sofá

- Alejandra Clements

«Ankara nos da la medida de la paradoja europea: su debilidad es su grandeza»

EnEn el «¡hum!» que se le escapó a Ursula von der Leyen, de pie, sola, en un salón de Ankara, está contenido el universo occidental. Relegada a un sofá lateral mientras sus homólogos, hombres, ocupaban las dos sillas centrales (y doradas), con el orden establecid­o apenas roto por alguna mirada incómoda, el daño ya estaba hecho y dio la vuelta al mundo. Alguien justificó la inacción para evitar la condescend­encia del «mansplaini­ng» o ese frecuente «los hombres me explican cosas», pero la parálisis colectiva, la de todos los que estaban allí, se alineó con los eternos choques de egos bruselense­s y culminó en la teatraliza­ción del desplante. Aunque Turquía aspire a europeizar­se con exóticos culebrones a orillas del Bósforo y arcadias de promesas capilares, se aleja a ritmo ligero del Viejo Continente en casi todo lo demás. Los otomanos acaban de abandonar el Convenio de Estambul (irónica su denominaci­ón), que intenta luchar contra la violencia de género y que no podrá frenar los datos de la ONU que indican que el 38% de las mujeres turcas sufren agresiones a manos de sus parejas al menos una vez en la vida. Las maneras machistas allí no sorprenden: se presuponen.

Pero el «Sofagate» es algo más. Mucho más. La secuencia de los máximos representa­ntes de la UE petrificad­os ante Erdogan nos da una medida de la paradoja europea: su debilidad es su grandeza. Ciertos fallos protocolar­ios y una excesiva concesión diplomátic­a al imprescind­ible socio de freno geopolític­o dejan la realidad al descubiert­o. Ya lo auguró Schuman en su discurso fundaciona­l en 1950: la Unión «no se hará de una vez, sino a golpes». Y este es (puede ser) uno de ellos. En cada una de sus crisis, en las que parece atisbarse el fin de un proyecto decididame­nte ambicioso, se esconde, en realidad, un paso adelante. Detrás del sofá somos más Europa. Vemos el espacio exacto de la civilizaci­ón al que queremos dirigirnos: uno en el que las mujeres nunca son apartadas. Y, si en algún caso ocurre, se transforma en escándalo. Aquella princesa fenicia de la mitología griega, secuestrad­a por Zeus, siempre tan contra las cuerdas por sus múltiples contratiem­pos, avanza entre sus flaquezas. Porque sin Europa, ¿qué? ¡Hum!

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