La Razón (Cataluña)

El rapero esposado que desafió a la tiranía en Cuba

Maykel Osorbo es uno de los intérprete­s de la canción viral «Patria y vida» y un barrio se movilizó para evitar su arresto

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MasMas de seis décadas de un régimen criminal se parecen más a un castigo de la providenci­a, o a una de esas plagas que relata el libro sagrado, que a uno de los recodos en el camino de la historia que nos espeluznan porque lo sentimos y lo padecemos como irremediab­le. La tragedia cubana no es una maldición, aunque lo parezca, sino la obra de un grupo de gentes malvadas que en nombre del pueblo ha ahogado en sangre la libertad de demasiadas generacion­es y que permanece firme en su determinac­ión por preservar su imperio de oscuridad y vileza. Serán, por tanto, otros hombres y mujeres los que algún día escribirán el obituario de una revolución convertida en un crimen contra la humanidad. Y no será, claro, de un día para otro, porque la mole granítica y pétrea no se desvanecer­á por un golpe afortunado en un órgano vital y crítico, sino que el epílogo provendrá de nimios pasos, casi indetectab­les, tal vez gestos que en otros lugares resultaría­n triviales, anecdótico­s, pero que en aquellas tierras serán heroicos. Actos como el protagoniz­ado por Maykel Osorbo hace unos días, un rapero integrante del Movimiento San Isidro, el colectivo que se enfrenta a la represión y que nació como parte de una campaña contra el Decreto 349 que impedía entre otras cosas que artistas independie­ntes se presentara­n en lugares públicos o privados y pudieran ser remunerado­s o que vendieran sus obras sin supervisió­n estatal. Es una modesta historia con una moraleja extraordin­aria. O sorbo, nacido Maykel Castillo, acudió a San Isidro, en La Habana Vieja, para interesars­e por el destino de disidentes detenidos en esa ola de arrestos endémica del régimen castrista al que pone voz y rostro el vicario Díaz Canel. Entonces, una patrulla requirió la documentac­ión a un grupo de personas supuestame­nte por haberse bajado un minuto la mascarilla. Entre ellas se encontraba Maykel, cada día más asiduo visiuna tante de los calabozos desde que lanzará a la red la canción «Patria y vida», un alegato contra la barbarie de los barbudos castristas al son de «Patria o muerte». Lo que siguió fue un episodio de rebeldía popular insólito en la isla prisión, en la que el pavor y los castigos son altavoces en las calles silenciada­s. Mientras intentaban esposarlo, los vecinos impidieron la captura en una escena que fue grabada y que se transformó en viral en las redes sociales. La imagen del rapero opositor con las esposas colgando de mano (sobre estas líneas) es la estampa icónica de la resistenci­a para los cubanos que malviven bajo el yugo del opresor, un puño sobre la mesa que envía el mensaje de que el ansia de libertad se escurre como el agua entre los dedos del miedo y la represión. Como era de esperar, la dictadura no se olvidó de Maykel. Poco después, agentes de la seguridad cubana le propinaron una paliza mientras paseaba por la calle. Acabó en el hospital con la nariz rota, mientras la televisión oficial anunció que sería juzgado por desacato. Los tiranos no regalan la libertad que le arrebatará su poder absoluto. Los cubanos lo saben mejor que nadie, pero cada estallido, cada ejemplo ciudadano, cada sacrificio anónimo como el que mantiene hoy a varios disidentes en huelga de hambre, cava un poco más profundo la tumba que aguarda algún día a una de las dictaduras más sanguinari­as y corruptas del planeta y cuya mera existencia debería ser causa de oprobio para la entera comunidad internacio­nal.

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EFE

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