Aparatos
Ayer le pregunté al señor que me instaló un equipo de aire acondicionado sobre una cuestión que me inquieta. El técnico antedicho es un tipo «very» profesional. Su único defecto es que parece un prevaricador porque se viste como un famoso político, con chaquetitas negras que tienen unas solapitas de 2 centímetros de ancho, muy ceñiditas al pechito. (¿De dónde las sacarán? No creo que ningún sastre se atreva… Eso ya solo se encuentra en las tiendas de disfraces). Pero bueno, para trabajar se quita el traje, se pone un mono verde lagarto. Es el rey, o presidente republicano, de la climatización.
Le pregunté: «¿Por qué la gente cuelga los motores exteriores de los aparatos de aire acondicionado en mitad de las fachadas de sus casas? ¿No se dan cuenta de que estropean frontis, laterales y/o enveses de (las) sus moradas, y que resulta cutre? ¿Hay alguna razón técnica que obligue a colgar esos mamotretos horripilantes en el lugar más visible y menos apropiado del exterior de la casa? ¿Por qué no los ponen en el suelo, o en el interior de los balcones, en lugares donde queden disimulados y no se conviertan en una atrocidad visual? ¿Por qué lo hacen, por qué, por qué...?».
El tío me miró con la condescendencia con que un XMen miraría un cubata con el hielo derretido. «No hay ninguna razón técnica», me dijo, «lo hacen porque les resulta más cómodo». Me quedé estupefaciente perdida. Entonces, todo ese sobresalto anti decorativo es... ¿por molicie, facilidad, coyuntura...? Vivo en desazón desde que he sabido esto. Porque he comprendido también que no solo ocurre así con los motores de climatización, sino con todo lo demás: y que hay un montón incontable de desmantelados antiurbanos que están jorobando (con perdón de los camellos, y tal)..., afeando el mundo por pura desidia, flojera e indiferencia.