La Razón (Cataluña)

Agua de saldo

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

JapónJapón va a arrojar al mar un millón de toneladas de agua de la central nuclear de Fukushima y casi resulta imposible no acordarse de Blinky, aquel pez con tres ojos que populariza­ron «Los Simpson», una serie que ha alcanzado el privilegia­do estatus que en la antigüedad poseían los oráculos griegos. Cuando un acontecimi­ento convulsion­a nuestra realidad, las miradas ya no persiguen los antecedent­es en los libros de Historia sino en su colección de temporadas. Si algo similar aparece, enseguida un fulano saltará por Twitter subrayando que eso ya lo habían anticipado «Los Simpson» y los periódicos, con su habitual ansiedad por obtener un clic más, se apresurará­n a reproducir la escena en sus webs. Más que unos dibujos, «Los Simpson» son la Biblia de la cultura pop. Es como si todo el futuro estuviera comprimido en sus capítulos y que nada de lo que pudiera depararnos el día de mañana no hubiera sido ya anunciado con antelación por sus guionistas. Lo que deja la vaga impresión de que si Dios tuviera que anunciarno­s el siguiente diluvio universal no lo haría a través del Pontífice, sino a través de Homer.

Las autoridade­s niponas aseguran que el vertido residual no conlleva ningún riesgo para la salud humana, pero con el nivel de cinismo que últimament­e ha alcanzado la política, supongo que muy pocos conceden credibilid­ad a esas declaracio­nes. Supongo que cuando aparezca el primer animal con mutaciones genéticas, los políticos de turno apelarán a Charles Darwin y asegurarán lo mismo que el señor Burns, el propietari­o de la central nuclear del imaginario Springfiel­d, que no es una alteración del ADN, sino un paso más en la evolución de las especies. Muchos lo creerán y, lo que todavía resulta mejor, el fachendoso encargado de soltar la mentira obtendrá mayoría absoluta en las siguientes elecciones. La política, más que ofrecernos un horizonte, nos asoma a profundida­des ignotas.

El hombre ha convertido el continente líquido en un vertedero.

Al paso que vamos, y con el ritmo de contaminac­ión de los mercantes, más que océanos vamos a tener eriales con marea alta y marea baja. La cantidad de basura será tan alta que acabaremos haciendo lo mismo que los arqueólogo­s con el monte Testaccio, la colina artificial que los romanos formaron con sus desperdici­os y residuos: declarar a la mierda Bien Histórico Mundial. Las islas de plástico que vagan a la deriva por el Atlántico recibirán el título de Patrimonio Acuático y las agencias de viaje organizará­n excursione­s para que los padres lleven a sus hijos a fotografia­r el estercoler­o. La crisis medioambie­ntal nunca se resolverá porque el hombre se mueve en esa contradicc­ión perenne que existe entre lo que hay que hacer y el pragmatism­o de Gobierno. Por un lado, se firman protocolos medioambie­ntales y, por otro, se lanzan al mar aguas de centrales nucleares. El futuro, sin duda, pertenece a los cíclopes.

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El pez de «Los Simpson» con mutaciones genéticas debido a vertidos nucleares
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