La Razón (Cataluña)

«No habrá vuelco por las amenazas»

- J. M. Zuloaga/ C. S Macías

Los barones socialista­s asisten con estupefacc­ión al espectácul­o de la campaña madrileña. El choque con Vox y las amenazas movilizan al votante, pero el partido interioriz­a que el Gobierno será de Ayuso con Vox

de que se vote, no tiene fuerza suficiente como para frenar la victoria de su candidata.

Dentro del ruido general, los pulsos más importante­s se siguen librando dentro de cada bloque. Los socialista­s han echado mano del Gobierno en pleno para seguir la estela del choque de Pablo Iglesias con Vox y evitar que sea el líder morado el que capitalice los réditos de ese enfrentami­ento y de enarbolar la bandera contra «la extrema derecha». Y esto conlleva un riesgo de desgaste para el presidente,

Los gabinetes de encuestas trabajan a marchas forzadas para emitir un primer juicio fundado respecto a las consecuenc­ias de este «recalentam­iento» de última hora de la campaña, en el que Vox y Podemos se han repartido «papeles» dentro de un interés compartido por hincar la cabeza en el fangoyenla­crispación­pararecupe­rar apoyos en su propio bloque. «Podemos ganar voto, pero no vamos a frenar el Gobierno de Ayuso», sentencian en la organizaci­ón socialista antes de conocer estas últimas encuestas sobre unas elecciones que, a pesar de ser autonómica­s, se presentan en clave nacional.

Fuera de Madrid escandaliz­an los términos a los que se ha llevado la campaña en las circunstan­cias en la que se encuentra el país. «La realidad social no tiene nada que ver con la discusión sobre democracia, fascismo, comunismo o libertad». Pero el mismo presidente autonómico que hace esta precisión también admite que Moncloa ha entrado por esta puerta porque tapa el debate sobre la gestión y porque, además, cree que le puede servir para debilitar en el futuro a Pablo Casado. «Ayuso puede ganar en Madrid. Pero la imagen de Vox que salga de esta campaña le hará las cosas más difíciles a Casado».

Y un dato más que explica los hechos: en Moncloa están en la tesis de que no deben ni confrontar con Podemos ni dejarles a ellos la oposición a Vox si quieren aspirar de verdad a recuperar voto de Iglesias en las próximas generales. Por eso, aunque el populismo haya que combatirlo «con otro poco de popu

lismo, merece la pena si no queremos ir a unas elecciones en las que el desgaste lo pague el PSOE y no recortemos distancias con Podemos. El objetivo es dejarles como la antigua Izquierda Unida».

Este argumento no tiene fuerza como para convencer al PSOE tradiciona­l de que en esta competenci­a con Vox se llegue a acusar a Abascal de las amenazas a la ministra Maroto, que la Policía ha atribuido a un enfermo de esquizofre­nia. La portavoz en el Congreso, Adriana Lastra, denunció que las amenazas se producen por «discursos del odio» como los de Vox. También arremetió contra el PP con la acusación de que «su indiferenc­ia es criminal». En este todo vale en campaña, no importa que Casado, Ayuso y demás miembros de la dirección del PP sí hayan condenado en público las amenazas a cargos del Gobierno y a Iglesias.

Los proyectile­s utilizados en las cartas amenazador­as recibidas por el ministro del Interior, la directora general de la Guardia Civil y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, fueron fabricadas por Santa Bárbara en 1980, según han informado a LA RAZÓN fuentes de la investigac­ión.

Esta procedenci­a no significa que quién las envió sea miembro de las Fuerzas Armadas o de las historia le viene genial al ex vicepresid­ente, que vuelve a brillar en las portadas después ocupar la última posición en las encuestas.

Digamos que el episodio de las balas le cae a Iglesias como un maná. Como si hubiera sido el único episodio violento en una campaña electoral. Como si no nos acordáramo­s del día en que le pegaron a Mariano Rajoy, rompiéndol­e las gafas. O cuando le enviaron balas a Javier Arenas y a Rita Barberá. O el escrache a Soraya, en la puerta de su casa, justificad­o

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