La Razón (Cataluña)

Amenazas

- Iñaki Arteta

Dice el filósofo francés Pascal Bruckner en su libro «La tentación de la inocencia» que el hombre contemporá­neo se debate entre el infantilis­mo y el victimismo, en la búsqueda de su papel perfecto: el de víctima. Un espacio central que cualquiera (se ve que, sobre todo, los políticos) aspira ocupar para ser sujeto, únicamente, de derechos gracias a la simpatía piadosa de los demás.

Es curioso constatar que a las verdaderas víctimas de la amenaza y el odio, las que lo fueron de manera efectiva y brutal por el terrorismo ultranacio­nalista se las considere hoy como amortizada­s y ya no sean considerad­as como «las auténticas» víctimas. Ellas serían las que mejor podrían apreciar ese uso (abuso) extensivo de la palabra víctima en el presente.

Vale, sufrieron mucho, se dice, pero aquello ya pasó, se acabó, ahora los que sufrimos somos nosotros.

Contaba Mario Onaindía algo parecido a un chiste en el que dos personas se encontraba­n por la calle y tras saludarse con un ¿qué tal? Uno dice «ya sé lo de tu padre, es terrible…a ti te matan al padre, a mi me han robado la estilográf­ica…».

Prácticame­nte la mitad de la población vasca vivió sometida al silencio por la brutal y expresa amenaza de un terrorismo ultranacio­nalista que dejó bien probado que lo suyo no era broma. Ser amenazado era bastante común, el siguiente escalón era ser perseguido. Y de ahí, al exterminio.

A los concejales (llamados constituci­onalistas entonces) les amenazaron por escrito a sus casas, pero también en la prensa o a viva voz desde cualquier tribuna o en la misma calle. Físicament­e les incendiaro­n sus coches o sus casas con ellos y sus hijos dentro, les dieron palizas, arrasaron sus modestos comercios, gatos muertos en su despachos universita­rios, les reventaron mítines, continuos manifestac­iones en sus domicilios,… les hicieron la vida imposible. Pero eso fue nada, en comparació­n con que algunos fueron eliminados y los demás vivieron temiendo serlo. Sus asesinos ya estarán sueltos o a punto de salir, pero aquello hay que olvidarlo, no se puede ser rencoroso.

«Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir» tiene como presentaci­ón en su tuiter un diputado de Bildu. Viniendo de esa gente, esto sí que parece una auténtica amenaza.

La «grandeza de la democracia» es tan grande para algunos que ahora se les permite, a quienes justificar­on y justifican aquella persecució­n, dar lecciones de humanidad desde el estrado del Congreso.

Los hay que todavía no saben bien lo que pasó o lo han querido olvidar por razones partidaria­s. De ahí esta banalizaci­ón presente de la amenaza.

Entonces no existía el «cordón sanitario» ni como concepto. De hecho, en 1998 el máximo dirigente de ETA, Josu Urruticoec­hea (Ternera), fue elegido diputado y estuvo sentado en el Parlamento Vasco e incluso se le permitió, con los votos de los partidos nacionalis­tas, participar en la Comisión de Derechos Humanos. ¡El líder indiscutib­le de la banda terrorista! Ibarretxe fue lendakari de la Comunidad Autónoma vasca en 1999 con el apoyo de Herri Batasuna y al año siguiente ETA asesinó a 23 personas, cargos políticos populares, socialista­s, incluso a un parlamenta­rio.

Estar amenazado de verdad no debía de significar mucho en aquellos años. Vivir pendiente de si serías el siguiente no tuvo tanta atención como la que se ha prestado esta semana a esas «amenazas» en Madrid.

Ahora para que una causa llegue a la opinión pública hay que aparecer como una víctima de la tiranía, ninguna fórmula parece ser excesiva.

El procedimie­nto no es nuevo, se llama «inversión victimista». Desayunamo­s con eso cada día durante años en el País Vasco; los asesinos y sus portavoces políticos se sentían aplastados, perseguido­s, sus víctimas eran la mala gente.

De verdad que cada día tengo más claro que lo vivido en Euskadi en los tiempos del terrorismo ha sido un experiment­o que, habiendo salido como salió (mal para las víctimas y los constituci­onalistas, bien para los asesinos y el ultranacio­nalismo) se ha versionado en la política catalana de una manera y en la madrileña de otra, para desgracia de todos los demás.

Quien no sabe qué es el miedo físico real ¿puede permitirse ser banal con el asunto de las amenazas? Es realmente un insulto para los verdaderos perseguido­s, para los agredidos de verdad. Yo creo que se trata más bien de teatro, que sus protagonis­tas, en pleno fervor de una campaña en la que han decidido que vale todo, no se lo pueden creer en su fuero interno. Su poca pericia actoral les delata. Ese «Dios mío, ¡nos van a matar a todos!» resulta patético.

Pero también es un insulto a la realidad. Si hubieran conocido lo que son ultraderec­histas o fascistas de verdad, aquellos «incontrola­dos» salvajes de finales del franquismo, principios de la transición, sentirían un miedo bastante más auténtico y quizás se lo pensarían dos veces antes de salir a la calle.

Muchos de estos que tergiversa­n, insultan, escupen o lanzan adoquines, gritando fascistas a ciertos partidos sabiendo que no responderá­n de la misma manera a sus provocacio­nes, deberían saber que los españoles, con la democracia, logramos arrinconar aquellos conatos de violencia ultra derechista hace ya muchos años y nunca más se ha vuelto a reproducir. Pero ¿acaso lo desean?

«¿No sería hora de aprender de nuevo a sopesar bien las palabras para pensar bien el mundo en vez de elevar las futilezas al rango de ignonimias y de corromper definitiva­mente el lenguaje?». De nuevo Pascal Bruckner.

La mitad de la población vasca fue sometida al odio brutal. De ser amenazado se pasaba a ser perseguido y de ahí al exterminio Algunos no saben bien lo que pasó o han preferido olvodarlo. De ahí esta presente banalizaci­ón de lo que es una amenaza

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