La trampa mortal de David y Roberto
Los periodistas españoles fueron descubiertos por los yihadistas cuando desplegaron un dron. Los 40 soldados burkineses no pudieron protegerlos
Burkina Faso, donde el martes fueron asesinados en una emboscada los periodistas españoles David Beriáin y Roberto Fraile mientras trabajaban en un documental sobre la caza furtiva en la reserva de Pama, sucumbe al dramático destino del Sahel: Estado incapaz, fronteras porosas, expansión del terror y yihadismo, desgarro interétnico, tragedia humanitaria. La autoría del ataque sigue sin estar clara. Una unidad de combatientes del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GNIM), federación de organizaciones leales a Al Qaeda, revindicó la autoría del ataque. El convoy en el que viajaban Beriáin y Fraile – además del cooperante irlandés Rory Young, también asesinado– estaba formado por unos cuarenta militares burkineses y un número que no ha trascendido de guardias forestales.
Fue superado en número por los asaltantes. Los soldados del Ejército burkinés fueron incapaces de proteger a los periodistas, a los que ejecutaron tras ser descubiertos desplegando un dron para grabar. «La capacidad de fuego y los medios utilizados en el ataque llevan a concluir que formaban parte de uno de los grupos yihadistas que actúan en la región», aseguraban el viernes desde
La capacidad de fuego y los medios de los asaltantes llevan a concluir que se trata de grupos yihadistas del Sahel Burkina Faso es un Estado fallido con fronteras porosas, expansión del terrorismo y desgarro interétnico
el Ministerio de Defensa español, descartando así que se tratara de «traficantes y cazadores furtivos». Por su parte, las autoridades burkinesas se han limitado hasta ahora a hablar de «terroristas» sin ofrecer más detalles.
El «modusoperandi» remite, con todo, a los ataques del Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS) contra una patrulla del Ejército maliense el 15 de marzo en el sur del país, cerca de las fronteras de Burkina y Níger, con 33 soldados muertos, y la ejecución de seis cooperantes franceses junto a otros dos civiles cerca de Niamey, la capital de Níger, en agosto.
La profesora de la Universidad Gaston Berger de San Luis (Senegal), Beatriz Mesa, llama a la prudencia sobre la firma del crimen. «No está nada clara la autoría yihadista del asesinato de los españoles, porque la zona [sureste de Burkina] no está considerada hasta ahora como base de grupos yihadistas, pero sí de organizaciones vinculadas a la economía criminal. Allí se mezclan furtivos, bandidos y contrabandistas». La también profesora de la Universidad Internacional de Rabat esgrime ataques como el perpetrado por un grupo de furtivos a comienzos de 2019 en el parque W –espacio natural transfronterizo en suelo de Níger, Burkina y Benín– contra un grupo de guardabosques sin que se estableciera vínculo con los yihadistas. «La patrulla donde viajaban los españoles estaba organizada para ayudarles en su trabajo. Pero no era una redada contra los furtivos bien preparada», prosigue Mesa. «Creo que fue algo improvisado. Si las katibas vinculadas al Estado Islámico o a Al Qaeda lo hubieran preparado, lo habrían hecho de otra forma, con secuestro y negociación», zanja.
Pese a que los nombres de las dos entidades terroristas más conocidas del mundo, Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), dominan los titulares, lo cierto es que la naturaleza y actividad de sus organizaciones afiliadas y las pequeñas unidades que las integran no puede adscribirse exclusivamente al componente yihadista. Bajo sendas siglas operan una amalgama de entidades entidades dedicadas al crimen organizado, la caza furtiva y el bandidaje. Hay vasos comunicantes entre las unidades afiliadas a las dos principales marcas terroristas y entre estas y el resto de estructuras armadas y criminales en Burkina Faso y el Sahel.
El GSIM, que nació en 2017 en plena guerra de Mali, es el resultado de la asociación de Ansar Dine, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y dos katibas o unidades combatientes salafistas. Con centro de mando en Mali y liderada por Iyad Ag Ghali, la organización disputa su hegemonía con las fuerzas afiliadas al EIGS, la franquicia regional de Daesh. Gracias a una mejor organización y mayor predicamento social, la franquicia de la organización de Osama Bin Laden parece estar inclinando la balanza a su favor en los últimos meses.
Desde la llegada en 2015 de Roch Marc Christian Kaboré tras el golpe golpe de Estado frustrado contra el Gobierno interino, Burkina Faso ha sido golpeada por la violencia yihadista, sobre todo el norte. «Es muy difícil que las autoridades tengan capacidad para hacer frente a los grupos criminales y terroristas», advierte Mesa.
Más de 1.200 personas han perdido la vida durante este tiempo a consecuencia de la violencia. La respuesta del Ejército, acusado de perpetrar matanzas indiscriminadas contra la población afín a estos grupos, alimenta el ciclo de la violencia y fomenta el odio intercomunitario y el resentimiento contra el
Estado.Lacifradelmillóndedesplazados se alcanzó en agosto del 2020. Elhambreeslaprimeraconsecuencia del drama humanitario.
«Burkina Faso invitaba a la esperanza: tras 20 años de dictadura había iniciado una transición hacia un régimen civil, con la elección de un primer presidente democrático fruto de una movilización social. Pero la inseguridad lo ha frustrado», lamenta la también investigadora especializada en movimientos armados en el Sahel. La espesura de las masas forestales se ha convertido en aliada de estos comandos yihadistas. Los agentes forestales son blanco prioritario de los terroristas. «Cada vez la estrategia es la misma: atacar a los agentes forestales para obligarlos a desertar de la zona y refugiarse en las villas vecinas; después pasar a los otros cuerpos uniformados (gendarmes y militares), liberando los ejes viarios con minas artesanales», explica el periodista francés Rémy Carayol.