La guerra contra el terror que acabó con Bin Laden
El ataque del 11-S inauguró un ciclo de guerras para acabar con el yihadismo y el máximo jefe de Al Qaeda
¿Qué queda hoy de la internacional del terror de Al Qaeda y qué Osama Bin Laden, el hombre que puso en jaque a la primera potencia mundial y de cuya muerte se cumplen ahora diez años? Por de pronto la organización terrorista ha sido barrida de sus bastiones en Afganistán y Paquistán, pero no ha desaparecido y sus aliados de entonces, los talibanes, codician de nuevo el poder absoluto en Afganistán.
Estados Unidos, que libró una guerra de 20 años contra los talibanes, que destinó al país asiático más de un millón de efectivos y perdió allí a miles de soldados, ha prometido ya que se retirará por completo antes del aniversario del próximo 11-S. Hace apenas un mes el presidente, Joe Biden, explicó que Estados Unidos no puede «continuar el ciclo ni extender o expandir nuestra presencia militar en Afganistán con la esperanza de crear las condiciones ideales para nuestra retirada, esperando un resultado diferente».
Asume de paso que nada, ni siquiera la colosal movilización militar, la cooperación de una fuerza multinacional y el mandato de Naciones Unidas, lograron doblegar a unos talibanes a unas tribus indoblegables, en un país que igual que hace 30 años, cuando los soviéticos acabaron doblando la rodilla, siguen ejerciendo como señores de la guerra robustecidos por el siempre incontenible tráfico de opiáceos.
Por otro lado, lo que va del 11-S de 2001 al 2 de mayo de 2021, más allá de cuatro presidentes en EEUU, Bush hijo, Obama y Donald Trump, y el propio Biden, es la constatación de que la guerra contra el terrorismo ha conocido sucesivas mutaciones.
A las invasiones de Afganistán e Irak Al Qaeda respondió trasladando sus bases centrales a la vecina Pakistán. Los ataques con drones y las operaciones militares encubiertas, reforzadas a partir de 2009, acabaron por descabezar la organización en ese país. Entre tanto el epicentro del terror yihadista se había hecho fuerte en Irak y había acabado por desplazarse a la vecina Siria.
Envuelta en una guerra civil devastadora, la dictadura de Bachar al Asad fue contestada por las atomizadas fuerzas democráticas y, por otro lado, por el embate del terrorismo capitaneado por el Estado Islámico, una nueva reencarnación de la hidra fundamentalista que regaría la zona de sangre e incluso llego a fundar un califato responsable de todo tipo de crímenes contra la humanidad.
A su vera, con una relación entre la complicidad y la competencia, estaban Al-Qaeda y al-Nusra, que si bien compartían ideología y objetivos también aspiraban a marcar territorio e incluso trataban de presentarse como una suerte de yihadistas más atemperados. A pesar de las rupturas, entre otras cosas respecto a la sharia, así como el hecho de compartir enemigos, de EEUU a Israel y de Rusia e Irán a Europa, hacían inevitables ciertas sinergias. Pero la administración Obama, primero, concentrada en Pakistán, y el gobierno de Trump, más tarde, que percutió duramente en Irak y Siria, terminaron por achicar el terreno de un yihadismo descabezado. Los lobos solitarios han mantenido el ritmo de las carnicerías y siguen amenazando alas democracias, pero ya no hay un Bin La den para decorar sus pósters. Eso sí, este mismo viernes dos lugartenientes de la organización terrorista celebraron la retirada de Afganistán y advirtieron a la CNN de que «la guerra contra Estados Unidos seguirá en todos los frentes hasta que sea expulsado del resto del mundo islámico». Una retirada que ha sentado fatal entre un sector de los demócratas, por cierto. Baste con recordar las palabras de la senadora, Jeanne Shaheen, «muy decepcionada» por la «decisión de establecer una fecha límite en septiembre para dejar Afganistán (...) sin garantías verificables de un futuro seguro».
Claro que también resuenan aquellas palabras de Bush del 11-S, cuando aseguró que los atentados «tenían la intención de asustar a nuestra nación, provocando el caos y la retirada». «Pero han fallado. Nuestro país es fuerte». Diez años más tarde el cuerpo de Bin Laden era arrojado por la cubierta del portaaviones Carl Vinson.