La Razón (Cataluña)

Un fraile filipino, a la caza de la vacuna de los pobres El biólogo dominico Nicanor Austriaco arranca los ensayos con animales para lograr un suero «low cost» en pastillas

- POR JOSÉ BELTRÁN

Se llama «Pagasa», que en tagalo significa «esperanza». Eso es lo que pretende ser para los más vulnerable­s del planeta la vacuna en la que trabaja el fraile dominico Nicanor Austriaco. Se trata de un suero «low cost» elaborado a base de levadura. Se administra­ría bien en cápsulas o en sobres en polvo para tomarse con el agua o la leche. En cualquier caso, una vacuna oral sin necesidad de refrigerac­ión que pudiera mantenerse a temperatur­a ambiente durante meses. «Nuestro empeño en este formato es para abaratar su coste en la distribuci­ón. Imagínate llegar a las más de 7.000 islas filipinas, con las dificultad­es enormes de transporte y de acceso a la energía eléctrica», comparte con LA RAZÓN este microbiólo­go y sacerdote que confía en que su proyecto llegue a buen término. «Si Dios quiere, estará lista más o menos en un año», expone desde su laboratori­o en la Universida­d dominica norteameri­cana de Providence (Rhode Island) donde trabaja mano a mano con dos estudiante­s en los últimos ajustes vinculados a una de las proteínas del coronaviru­s.

«Para la fase de estudio y análisis en la que nos encontramo­s, tenemos los suficiente­s fondos, porque esta etapa es relativame­nte barata». De hecho, en las próximas semanas, tal y como confirma a este diario, tiene previsto regresar a su país para comenzar las pruebas con animales financiada­s por el gobierno, desde otro centro dominico, la Universida­d de Santo Tomás, en Manila. Después, llegarán los ensayos clínicos clínicos en humanos. «Sé que estamos en una situación de emergencia. Voy a trabajar tan duro como pueda y voy a hacer todo lo que esté en mi mano como científico para que funcione. A partir de ahí, el resto lo dejo en manos de Dios y de Nuestra Señora de Fátima, a quien me encomiendo para sacar adelante el proyecto», plantea este religioso de la Orden de Predicador­es, consciente de que el tiempo no corre en contra de los más desfavorec­idos.

Por eso, Nicanor ya se ha puesto en contacto con diferentes empresas para dar un último impulso a la investigac­ión, producir y comerciali­zar. «Esta es una vacuna filipina hecha por un filipino para los filipinos, así que tengo compañías locales que ya se han ofrecido a colaborar porque saben

Se administra­ría bien en cápsulas o bien en sobres en polvo para poder tomarse diluido con el agua o la leche

que vamos a hacer lo mejor que podamos», explica, con un horizonte claro en esa negociació­n: «Sé que cualquier farmacéuti­ca va a buscar un margen de beneficio para garantizar su viabilidad, pero me gustaría que fuera lo más bajo posible para que verdaderam­ente llegue a los pobres». Este consagrado especialis­ta en bioética no hace otra cosa que intentar aterrizar el llamamient­o constante del Papa Francisco para universali­zar las vacunas. «A este virus –reflexiona– no le importan las fronteras nacionales, toda la humanidad es vulnerable a él. Aparenteme­nte, puede parecer que la amenaza está terminando para algunos países porque se han vacunado, pero las nuevas variantes pueden poner en riesgo de nuevo nuestra inmunidad colectiva». Para el investigad­or, «este hecho nos recuerda una vez más que estamos ante una pandemia global, que somos una única familia humana y que debemos vacunar a toda esa familia para poder salir de esta». Ante este desafío, lamenta «el acaparamie­nto de las vacunas por parte de Occidente, que debería estar dispuesto a compartir. Por ejemplo, en Estados Unidos hay grades dosis de AstraZenec­a almacenada­s sin usar, porque no se ha aprobado su uso».

De la misma manera, sugiere que, teniendo en cuenta que los niños y jóvenes tienen un riesgo relativame­nte bajo de infectarse y morir por covid, «las autoridade­s deberían plantearse sí hay que vacunarles antes que a los profesiona­les médicos y colectivos de riesgo en los países en vía de desarrollo».

¿Liberaría entonces las patentes para que el suero llegue a todos cuanto antes? «No las liberaría completame­nte, pero sí por un corto periodo de tiempo que permitiera que los países del tercer mundo pudieran fabricar suficiente­s dosis para su población y así acabar con la pandemia», sentencia, para continuar con su planteamie­nto: «¿Podría hacerse? Creo que se puede. ¿Se hará? Lo que estamos viendo ahora es un debate entre moral y economía y no me queda muy claro sí la moral está siendo el principio que nos guie para acabar con la pandemia».

La vocación científica de Nicanor llegó antes que la de fraile, hace más de dos décadas. «Primero me encontré a mí mismo a través de la ciencia para encontraré después a Él», confiesa sobre el origen de su consagraci­ón. No le cabe duda de que aquel en el que cree, lo mismo se cuela en un confesiona­rio que a través de microscopi­o: «Dios está en cualquier lugar, porque es el creador. Cuando contemplo las células que investigo, me gusta verlas como pequeñas pinturas que reflejan el talento y la fuerza del pintor, y, por tanto, la fuerza y el poder del creador que es Dios».

Con esta naturalida­d se mueve en el laboratori­o con sus alumnos: «Al ser sacerdote, es habitual que, a partir de algunos experiment­os, mis alumnos me pregunten sobre el significad­o de la vida y la muerte, sobre el sufrimient­o y el amor, sobre la esperanza y la

gloria, sobre cómo ser feliz». «Para mí, la respuesta proviene tanto de la fe como de la razón», apunta, para detallarlo a renglón seguido: «La razón nos muestran cómo fuimos creados y como perfeccion­arnos. La fe nos habla de cómo necesitamo­s una ayuda extra para alcanzar la gracia de Dios para descubrir lo que verdaderam­ente sientes y dónde está la verdadera felicidad». En este sentido, admite que su hábito, lejos de cerrarle puertas o encasillar­le como «curandero», ha sido «una oportunida­d para entablar un diálogo

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LA RAZON El biólogo dominico Nicanor Austriaco trabajando en su laboratori­o

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