DEMOCRACIAO FASCISMO «Su uso moderno desnaturaliza y frivoliza el auténtico drama que supuso para Europa», según Blanco Valdés «Hoy, comunismo, nacionalismo y populismo son todos lo mismo», explica el catedrático de Historia Gabriel Tortella
Todos fascistas El empozoñamiento del debate público trae, como el verano traía loshits de Georgie Dann, una palabra de moda: fascista. Pero antes de que la inflación léxica devaluase el término hasta designara todo aquel que di siente del que lo enarbola acusatorio, este tenía una carga etimológica que conviene no
MADRID/NUEVA YORK
Que el fascismo ya no es lo que era lo demuestra la terquedad con la que los políticos posmodernos lo citan en vano. El monstruo que arrasó Europa ha sido reducido a un .gif de Instagram. Pero la bestia tiene raíces, genealogía, características.
Como explica el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago, Roberto Blanco Valdés, tuvo como objetivo «destruir las democracias liberales, a las que se consideraba decadentes, corruptas e ineficientes. Lo distinguía un profundo antiliberalismo y la convicción de que es necesario conquistar el poder a cualquier precio, incluso con violencia. La figura del líder es esencial. Fueron movimientos muy pobres ideológicamente, antirracionales, dominados por una fuerte pulsión nacionalista y populista. La propaganda, basada habitualmente en falsedades y manipulaciones históricas, juega un papel fundamental».
Gabriel Tortella, catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares, apunta que fue «un movimiento político inventado por Benito Mussolini imitando al comunismo. Había coincidido con, y quizá conocido a, Lenin en Suiza durante la Primera Guerra mundial y había quedado muy impresionado; y más al ver cómo había alcanzado el poder en Rusia en 1917». Explica el autor de «Capitalismo y revolución» que, en muchos sentidos, imitaba al comunista: «partido único, encuadramiento de masas, uniformes, himnos, autoritarismo, consignas, símbolos y emblemas, pseudo-parlamentarismo; pero se declaraba su enemigo. Fue un movimiento de clases medias encaminado encaminado a luchar contra el comunismo con sus mismas armas en un período muy turbulento». Jorge Vilches, profesor titular de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense, señala que «el Partido colonizaba el Estado, y éste respondía a las directrices del líder. Los funcionarios dejaban de ser neutrales, eran de partido, y se reclutaban por la lealtad al Gobierno, no por mérito. Sobraba todo aquel que se opusiera al proyecto de reconstrucción nacional. Esa eliminación era social, política y cultural y presentada como necesaria para el proyecto nacional. Esto acabó en 1945, aunque es el mismo modelo que siguen los Estados comunistas».
Para Blanco Valdés, el manoseo actual del término es sencillamente nauseabundo. «Desnaturaliza y frivoliza el auténtico drama que supuso en Europa el ascenso de los fascismos y sus horrendos crímenes, antecedente inmediato de la catástrofe inmensa de la II Guerra Mundial». «Además» añade «supone una forma de posverdad inadmisible: cualquiera que defienda posiciones diferentes a las sostenidas por la izquierda y la extrema izquierda (cuando las credenciales democráticas de esta última son en muchos casos altamente discutibles) puede ser calificado de fascista».
Un fantasma recurrente
«El uso del concepto “fascismo” es político, no real», tercia el profesor Vilches, que explica cómo «lo utiliza la izquierda para denostar a quien no piensa igual. Este uso viene de Münzenberg, en la década de 1920 y comienzos de la de 1930. Era un agente estalinista que creó una red de intelectuales y técnicos occidentales que apoyaban en los medios y en la cultura a la URSS. Calificaban de “fascista” a todo aquel que fuera anticomunista. Era la guerra entre religiones seculares propia de comienzos del siglo XX. La Nueva Izquierda, nacida en 1968,