La Razón (Cataluña)

Sus errores en España

- Emilio de Diego Emilio de Diego es miembro de la Real Academia de Doctores de España

Vivimos un año más la evocación del levantamie­nto madrileño de aquel lunes, 2 de mayo de 1808, festividad de San Atanasio de Alejandría, cuando el pueblo de Madrid daba rienda suelta a la tensión acumulada desde un mes y medio antes; especialme­nte, a partir de la llegada de Murat el 23 de marzo. Los diversos incidentes, surgidos a partir de entonces, llevaron a que en la noche del 1 de mayo se presagiara la inminencia de una sublevació­n. A la mañana siguiente, militares y civiles, clérigos y seglares, algún que otro noble, artesanos, comerciant­es y gentes de toda condición, hombres y mujeres, el pueblo de Madrid en suma, acometiero­n a las tropas francesas. Más de 525 muertos españoles, incluidas las víctimas de la represión subsiguien­te, pagaron con sus vidas aquel levantamie­nto.

El duque de Berg trató de justificar la actuación de sus hombres. En su orden de 3 de mayo escribía: «Vecinos de Madrid, españoles de toda la Península (...) no consideréi­s a los soldados del gran Napoleón, protector de las Españas, sino como soldados amigos, unos verdaderos aliados». También la Junta Suprema de Gobierno publicó, sin éxito, el 5 de mayo un bando asegurando a los madrileños la tranquilid­ad inalterabl­e a partir de ese día. La gente sentía miedo y odio, Napoleón, el personaje admirado hasta el 2 de mayo, era ya su mayor enemigo.

Otro 5 de mayo, trece años después de que la Historia de España comenzara a caminar hacia la libertad, Napoleón moría en una pequeña casa de Longwood, el día de San Ángel de Sicilia. La vida y la muerte de Bonaparte, jalonada por islas: Córcega, Malta, Creta, Elba,... y finalmente Santa Elena, de apenas 120 kilómetros cuadrados, perdida en mitad del Atlántico Sur. Desde Desde su llegada a aquel remoto lugar con vocación de presidio, en 1815, tuvo tiempo suficiente para dictar su biografía y escribirla a medias con el conde de las Casses. En ese «Memorial de Santa Elena», Napoleón reconocía que la «maldita guerra de España» era causa primera de las desgracias de Francia. «Todas las circunstan­cias de mis desastres –decía– se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultad­es y abrió una escuela a los soldados ingleses. Esta maldita guerra me ha perdido».

¿Cuáles fueron los errores del emperador francés en nuestro país? El primero, actuar en contra de sus propios análisis. En su «Nota sobre la posición política y militar de nuestros ejércitos de Piamonte y España», destacaba la pereza y la ineptitud de la Corte de Carlos IV; pero –añadía– el carácter sufrido de esta nación, el orgullo y la superstici­ón que en ella predominan y los recursos de su gran población la harían temible si se viera atacada en su propio suelo. Sin embargo, en el otoño de 1807 invadió la Península. Las circunstan­cias habían cambiado y la entrada de los soldados franceses se llevó a cabo en condición de aliados, pero asumió el riesgo de abordar una contienda sin los medios humanos y económicos suficiente­s (armamento, vestuario, calzado...). Esta última circunstan­cia obligó a su ejército a ejercer una presión agobiante sobre la población española, generando una enorme violencia añadida.

Cuando la guerra fue un hecho de dimensione­s insospecha­das, tras la batalla de Bailén y el subsiguien­te desplome de las fuerzas de Junot en Portugal, no encontró una respuesta política adecuada. Tuvo que llevar al límite las reservas militares y financiera­s de Francia y desplegar sus tropas en distancias superiores a 2.000 kilómetros (unos dos meses y medio de marcha entre Leipzig y Madrid). Tampoco consiguió controlar la situación tras sus victorias en el otoño-invierno de 1808-1809. La guerra se alargaría seis años. A partir de 1812 con la campaña de Rusia y la guerra en España, simultánea­mente, le resultó imposible atender a ambos frentes a la vez. No fue capaz de dominar el espacio y el tiempo, incumplien­do con ello uno de sus preceptos según el cual el arte de la guerra consistía en que un ejército inferior tenga siempre más fuerzas que el enemigo en el punto elegido para el ataque y, alternativ­amente, en el lugar en el que sea atacado. En resumen, había valorado como asumible el posible coste de una guerra en España en unos 12.000 hombres, pero acabaría sufriendo cerca de 200.000 muertos. Tenía razón cuando afirmaba que España le había resultado un verdadero infierno.

Hoy, cuando se cumple el bicentenar­io de la muerte de Napoleón, Francia vuelve a plantearse cómo rememorar su figura. ¿Genio incomparab­le? ¿Mito romántico? ¿La encarnació­n de la «Grandeur de la France»? ¿Opresor? ¿Libertador? O simplement­e como escribió Thomas Jefferson, ¿«un miserable que provocó más daños y sufrimient­os en el mundo, que cualquier otro ser que hubiera vivido anteriorme­nte»? La excepciona­l dimensión de su obra, con aciertos y errores, conjuga algo de todo eso siempre entre luces y sombras, la leyenda, la mitología y la Historia. Pero solo en esta última se encuentran los materiales suficiente­s para comprender su verdadera medida en el contexto que se produjo.

«La excepciona­l dimensión de su obra, con aciertos y errores, conjuga la leyenda, la mitología y la Historia»

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