La Razón (Cataluña)

¿Un derecho o una suerte?

- Juan José Omella Juan José Omella Arzobispo de Barcelona

Ayer celebramos el día de los trabajador­es y de las trabajador­as. Tal y como recoge nuestro Plan Pastoral, en el eje que estamos tratando este año sobre los pobres, el paro y la precarieda­d son dos de las causas principale­s de la situación de pobreza de muchas familias. La realidad del mundo laboral, que ya era preocupant­e a finales de 2019, se ha agravado con la pandemia de la Covid. En trece años, habremos sufrido dos crisis económicas de grandes dimensione­s, que están impactando de forma severa en la vida y futuro de los jóvenes.

Poder trabajar se ha convertido en una gran suerte para jóvenes y no tan jóvenes. La ausencia de un trabajo hace que muchos estén pasando un calvario. La mayoría no quiere remendar su vida con ayudas lentas y a menudo inciertas, sino que quiere encontrar un trabajo que le permita mantener a su familia con dignidad. La necesidad y la desesperac­ión hacen que muchas personas, después de perder el trabajo por los confinamie­ntos y de no recibir ningún subsidio, trabajen en la economía sumergida con condicione­s lamentable­s que infravalor­an a la persona humana.

En este camino pedregoso y lleno de obstáculos para encontrar un trabajo digno se añade el drama de otro derecho básico de la ciudadanía, la vivienda digna. Familias que hacen cola para encontrar trabajo o para llenar el carrito de la compra se ven amenazadas con vivir en la calle por los precios abusivos del mercado inmobiliar­io. Tener una vivienda digna y poderla pagar es un lujo que no está al alcance de todos.

La economía sufre, sí, pero muchos trabajador­es malviven y los que no pueden trabajar agonizan. Ante esta realidad, como cristianos tenemos esperanza, creemos y anunciamos que otro mundo del trabajo es posible para evitar la pobreza y mejorar la vida de las personas. El papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti nos recuerda que la «Solidarida­d es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiació­n de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructura­les de la pobreza, la desigualda­d, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es afrontar los destructor­es efectos del imperio del dinero». (FT 116)

Además, desde la publicació­n del documento La pastoral obrera de toda la Iglesia que hace más de 26 años aprobó la Conferenci­a Episcopal Española, tenemos el encargo de velar por el mundo del trabajo. Debemos sentirnos llamados a impulsar iniciativa­s de cambio social a partir de nuestra participac­ión en las organizaci­ones sociales que trabajan por el bien común (asambleas de parados, sindicatos, movimiento­s sociales, patronales, asociacion­es civiles, partidos políticos…). Hace cinco años que la Plataforma Iglesia por el Trabajo Decente avanza en esa dirección. Es necesario que el sistema económico ofrezca oportunida­des laborales a toda la población activa y que los trabajador­es cooperen activament­e por el bien de la empresa. Hay que recuperar el valor de la correspons­abilidad entre unos y otros.

Queridos hermanos y hermanas, hagamos todo lo que esté en nuestras manos para transforma­r las estructura­s que nos impiden vivir fraternalm­ente como hijos de Dios. Que trabajar no sea solo tener una gran suerte.

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