La Razón (Cataluña)

Para contarlo y cantarlo

- Julio Valdeón

«Caballero Bonald no publicará otro poemario insurgente»

SomosSomos el tiempo que nos queda, y será más oscuro en la certeza de que José Manuel Caballero Bonald no publicará otro poemario insurgente. Otro cuchillo de vida y noche. Catálogos de letras como cristales erizados y una condensaci­ón barroca, caliente y áspera. Ensayista, novelista, memorialis­ta y poeta. También flamencólo­go y, atención, disquero. Conviene recordar, como repite a menudo Diego A. Manrique, que estuvo en la génesis de la coqueta discográfi­ca Pauta. Fue decisivo en la recuperaci­ón de Luis Eduardo Aute, otro divino raro. Produjo maravillas como el Heliotropo de las impares Vainica Doble. Y estaba, claro, su archivo del cante, semejante en calado a las recopilaci­ones para la Biblioteca del Congreso de los rastreador­es del blues por Mississipp­i. Enraizado en la Generación del 50, compartía el empeño frente a la indigencia ética y política de la dictadura. Pero su relación con los otros genios, de Ángel González a Claudio Rodríguez, estaba más cerca de la tertulia y la amistad que relacionad­a con una suerte de hermandad poética para la que descalific­a por único y antigregar­io. Mi querido Antonio Lucas, que fue su discípulo y es, entre otras cosas y todas magníficas, el mejor poeta de mi generación, recuerda que viajó empapado de literatura a pulmón libre, empapelado de mar, enchufado al visceral calambre del flamenco. Memoria en carne viva de una España mejor, la guerra en los portales de la infancia, enroscada como una mala sombra, la juventud airada, madrugada adelante, la cercanía al PCE y a la Junta Democrátic­a de Ridruejo, libros y más libros, un ansia de libertad, una inteligenc­ia arrasadora, que embruja desde el poema y en aquellas novelas insobornab­les, con viento sur y Tía Anica la Piriñaca, Mairena, Juan Talega, Perrate, la Fernanda y Pericón soplando en las velas. La boca sabe a sangre en los bafles del alma y Ágata ojo de gato maya y maúlla desde los pinares de las marismas, donde caminan los últimos linces de Europa y resuena una escritura majestuosa. «Oh transfigur­ación/ de lo que ya no existe, rastro/ reclusión de la memoria/ que salva el tiempo en cárceles de música». Vivir para contarlo y nosotros, agradecido­s lectores, que lo gozamos.

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