La Razón (Cataluña)

El «pablismo» blinda Podemos

- Antonio Martín Beaumont

Una semana después del «terremoto de Madrid» Podemos se apresura. Toca recomponer un partido «tocado y hundido» que pierde a su carismátic­o líder. No pocos en ese puñado de profesores de Ciencias Políticas que idearon la formación piensan en Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien colocó en su novela «El gatopardo» esa posición tan caracterís­tica en la política: «Que todo cambie para que todo siga igual».

Ramón Espinar, uno de los muchos que perdieron el favor de Pablo Iglesias, sin tapujos así lo expresa: «Vistalegre exprés es un autogolpe» para evitar «un proceso democrátic­o y de reconstruc­ción». La cúpula morada desea alumbrar un nuevo Gran Timonel para seguir gestionand­o ese «cementerio» en que han convertido Podemos. Muchos se malician que la tocata y fuga del carismátic­o jefe a sus nuevos destinos, meramente derive en un liderazgo «con el mando a distancia».

El proceso de sustitució­n de Iglesias y de renovación de su proyecto en nada va a parecerse a la peripecia que protagoniz­ó Ciudadanos, la otra pata de la «nueva política». A finales de 2019, Albert Rivera anunció su dimisión y abandonó la cosa pública rumbo al mundo privado. A diferencia de Iglesias, no señaló sucesor ni maniobró entre bambalinas. Los militantes naranjas pudieron elegir a su relevo en unas primarias.

Iglesias se va cansado porque ha dejado de ser un activo. Se «sacrifica» por el bien de sus ideas. Ha sido una constante sentirse siempre la víctima, e igual se comporta en el adiós. Pero, ojo, el «pablismo» sigue ahí, en la sala de mandos. Y ese cada vez más reducido «círculo de hierro» no parece dispuesto a dar pábulo a reflexione­s sobre fracasos ni a recuperar las esencias del proyecto original que se presentó en 2014.

El inmediato ascenso de la «ortodoxa» Ione Belarra a la Secretaría General evidencia que el liderazgo de Yolanda Díaz nace «vigilado». La vicepresid­enta tercera y ministra de Trabajo (gran amiga de Iglesias) está condenada a moverse maniatada por la «guardia de corps» del hasta ahora líder. Un equipo que fue purgando a cualquiera que osase siquiera suspirar hacia dentro por un proyecto diferente al dictado oficial.

De la tan comentada «foto de los cinco» fundadores de hace poco más de siete años ya no queda nadie en primera línea. Eso sí, Errejón acaba de vengar a todos emergiendo como esa izquierda alternativ­a que ha alcanzado lo que siempre soñó su antiguo amigo: dar el «sorpasso» al PSOE.

El ascenso de Belarra, y de su mano los mismos «pretoriano­s» que han cercado a Iglesias y manejado a su antojo el partido – Echenique, Rafa Mayoral, Isa Serra, Alberto Rodríguez o Juanma del Olmo–, no es un buen augurio no solo para Díaz sino para los militantes de primera hora de aquel partido de los círculos. El paso del tiempo hizo que esas iniciales intencione­s fraguasen en la creación de un politburó –estilo soviético– que llevó a su formación a un discurso guerracivi­lista, anacrónica­mente comunista y sectario, en el que la idea totalitari­a del mandamás se imponía por cualquier medio.

La llegada de Belarra a lo más alto es también un aviso a quienes esperan que la retirada de Iglesias sirva para reunificar todas las escisiones que ha sufrido Podemos según se radicaliza­ba el ego de su líder: desde el propio Más País de Errejón a los Anticapita­listas de Teresa Rodríguez y Kichi, pasando por las Mareas gallegas, Compromís o los Comunes de Ada Colau. No parece que por ahí vaya a ir la cuarta Asamblea Ciudadana que se acaba de abrir.

Los más «templados» de la formación «se temen lo peor» con Yolanda Díaz. Pablo Iglesias no ha dejado casi nada a la improvisac­ión. Y lo preparado es que el 13 de junio, cuando finalice el proceso del Vistalegre IV, Ione Belarra se convierta en la inflexible guardián de los dogmas del «pablismo».

Iglesias hasta se ha encargado de sentarla en el Consejo de Ministros, para que no haya ninguna distancia cuando hable con Díaz. De Belarra ya hemos visto cómo se las gasta y lo poco que le gustan las decisiones colegiadas. Buena fe de ello pueden dar José Luis Ábalos o Margarita Robles.

Iglesias ha puesto su vista en otros proyectos. «Quiere estar donde de verdad se crea la cultura y la ideología», dicen sus allegados. Pero ha dejado blindada la formación que fundó. Por si las moscas. Lampedusia­nismo como fórmula para encalar unas paredes que se caen pero bien rentables para los de dentro. Los trapos sucios se lavan en casa. Por cierto, ese «cambiarlo todo» se lleva a Irene Montero a las tinieblas interiores del partido. Hace unos meses nadie lo hubiese dicho.

Cuando finalice el proceso de Vistalegre IV, Ione Belarra se convertirá en la inflexible guardián de los dogmas del ex líder

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