La Razón (Cataluña)

La izquierda, con Ayuso

- Sebas Lorente

En las recientes elecciones madrileñas muchos curritos han votado a la derecha, y no porque sean gilipollas, como afirma el acomodado Monedero (quien, siguiendo la lógica de su propia argumentac­ión, sí podría hacerlo –votar a la derecha– sin autoinsult­arse), sino porque si algo se impone en las urnas a cualquier ideología, eso es el hambre.

Decía Abraham Lincoln que se puede engañar a todos algún tiempo, a algunos todo el tiempo; pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. Las promesas están muy bien mientras generan ilusión; pero cuando empiezas a contemplar­las con el ceño fruncido y rascándote la cocorota, como dudando de su viabilidad para pasar de lo etéreo a lo palpable, cuando te asaltan las dudas sobre si no te la estarán metiendo doblada, entonces lo que provocan es rechazo en su impulsor y se tornan arma arrojadiza. No se puede vender a quienes pasan apuros para llegar a fin de mes ser «uno de los vuestros» y comprarse luego un chaletazo en Galapagar. U olvidarse de la autolimita­ción salarial pregonada a los cuatro vientos, para poder atender sin problemas el hipotecón contraído y costearse el nuevo ritmo de vida, al que le vas cogiendo el gusto. Como tampoco un macho alfa puede ser feminista sin caer en el oxímoron, o quien es un dictador en su casa – o en su partido– puede dar luego lecciones de democracia. La gente no es tonta y todo esto lo ve, termina por calarlo. Los españoles, como conjunto, tenemos colgado el sambenito de que lo de trabajar no está entre nuestras principale­s aficiones. Que currar no nos tira, vaya. Pero si algo nos tira menos es que, cuando lo necesitamo­s, no nos permitan hacerlo.

Ayuso lo vio claro y por eso ha arrasado en las elecciones: porque a la gente que estaba en el agua, le lanzó, al menos, un salvavidas. No miró si eran de derechas o de izquierdas, pero éstos, unos y otros, sí vieron quién les arrojaba el flotador y quién repartía la mejor medicina que existe para combatir el temido hambre, esto es, dejarles trabajar.

Iglesias quería democracia y le han dado dos tazas, movilizaci­ón masiva incluida, que era la gran esperanza de la izquierda. Una izquierda que, en buena parte y sin duda alguna, optó por votar a Ayuso. Pero no porque fueran gilipollas, sino porque vieron al hambre acechando, y ya las promesas no bastaban.

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