La Razón (Cataluña)

Marina Abramovic, el dolor como experienci­a artística

La creadora, conocida por las performanc­es en las que arriesga su físico, recibió ayer el Premio Princesa de Asturias de las Artes por su «experiment­ación» y «la búsqueda de un lenguaje original»

- Pedro Alberto Cruz

Si se pregunta a alguien con un mínimo de conocimien­tos sobre arte contemporá­neo qué es la performanc­e, probableme­nte te responderá con un nombre: Marina Abramovic. Si, a continuaci­ón, cambias el tenor de la interrogan­te y le pides que te mencione cinco nombres de artistas contemporá­neos, uno de ellos será, con mucha probablida­d, el de Marina Abramovic. Nacida en Belgrado en 1946, es la artista viva con mayor proyección mediática y una de las figuras más influyente­s del último medio siglo.

No es de extrañar que el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes le haya otorgado el galardón de este año: pocos artistas gozan de una trayectori­a tan impecable e incontesta­ble como la de la artista serbia. Marina Abramovic es la gran diosa de la performanc­e. Y, concretame­nte, de ese tipo de experienci­a artística que prioriza la resistenci­a y las situacione­s de riesgo, y que exponen el propio cuerpo a situacione­s límite.

La resistenci­a físico-mental y el riesgo tienen, en Abramovic, un nexo en común: el dolor. A propósito de esta artista, escribe Jeanette Fischer que «ella ha sido capaz de utilizar la ritualizac­ión de la violencia para crear un lugar en el que puede medir y probar su capacidad de resistir al dolor». La máxima de Abramovic «Pain is a Door» («el dolor es una puerta») explica perfectame­nte ya no solo el factor desencaden­ante de gran parte de su obra, sino el de la mayoría de los artistas que trabajan en este registro. El dolor no es un fin en sí mismo, sino un umbral que, una vez atravesado, libera al sujeto de su tiranía. Declara Abramovic que en el momento en que el cuerpo alinea su estado con el de la performanc­e, puedes empujarlo a realizar «cosas que normalment­e no podrías hacer en modo alguno». Por cuanto se infiere que uno de los grandes objetivos de la «performanc­e de resistenci­a» y la «performanc­e de riesgo» es soportar el dolor el tiempo necesario para que el cuerpo alcance un plano de experienci­a en el que ya no sea sentido.

Los «Ritmos»

Las principale­s aportacion­es de Abramovic a la «performanc­e de riesgo» llegaron a través de la serie «Rythm». Durante «Rythm 5» (1973), la artista se tumbó en el interior de una estrella de cinco puntas que contenía cien litros de gasolina. Tras prenderle fuego, las llamas consumiero­n el oxígeno del interior hasta que, a la hora y media, Abramovic perdió la conciencia. En «Rythm 2» (1974) ingirió dos píldoras utilizadas en los hospitales para el tratamient­o de la catatonia aguda y la esquizofre­nia: la primera de ellas le provocó espasmos; la segunda la sumió en un estado de extrema pasividad.

La pérdida de conciencia y de control sobre el cuerpo volvió a ser el elemento de investigac­ión en «Rythm 4» (1974): durante 45 minutos, Abramovic acercó su cabeza a un ventilador de gran potencia hasta que, como resultado de la presión, desfalleci­ó. Pero es, sin duda alguna, la pieza «Rythm 0» la obra de toda la serie que mejor ejemplific­a la pérdida de control de la situación por parte del artista. Realizada en 1974 en la Galería Studio Morra, de Nápoles, y con una duración de seis horas, Abramovic definió un contexto tan sencillo como suici

En una intervenci­ón, el público la desnudó parcialmen­te, le cortó el cuello con un cuchillo y la apuntó con una pistola

La «performanc­e de riesgo» es soportar el dolor el tiempo necesario hasta que el cuerpo ya no sea sentido

da: a partir de la idea tradiciona­l de la mujer sumisa, permaneció durante todo el tiempo en una actitud de entera pasividad, a expensas de cómo el público utilizara sobre su cuerpo los 72 objetos que ella dispuso sobre una mesa y que abarcaban desde una pluma, una rosa o miel hasta tijeras, un cuchillo y un revólver.

La artista explicitó en el breve texto escrito para la acción: «Yo soy el objeto». A lo que añadió que asumía todas las consecuenc­ias de lo que el público pudiera hacerle. Como relata en su autobiogra­fía la propia Abramovic, durante las primeras tres horas apenas sucedió nada. Los asistentes no terminaban de decidirse a interactua­r con ella. Pero, de repente, los acontecimi­entos se precipitar­on y la audiencia entró en un estado de enajenació­n. Se la desnudó parcialmen­te; se la manipuló como si se tratara de una marioneta; con un pintalabio­s se le realizó un «graffiti» en el cuerpo; alguien le cortó con un cuchillo en el cuello y le succionó la sangre; y, finalmente, un individuo de estatura baja se situó junto a ella y comenzó a respirar con fuerza. A continuaci­ón, cogió la pistola de la mesa, introdujo la bala en el cargador, lo giró y apuntó a Abramovic. Un espectador se abalanzó rápidament­e sobre el individuo y le arrebató el arma. Se desencaden­ó una pelea que amenazó con interrumpi­r la performanc­e, la cual prosiguió como estaba previsto.

Arriesgánd­ose con Ulay

Con el artista alemán Ulay –su pareja artística y sentimenta­l desde mediados de los 70 hasta 1988–, Marina Abramovic ejecutó algunas de sus más célebres «performanc­es de resistenci­a»: en «Breathing in/Breathing out» (1977) escenifica­ron un circuito cerrado en el que cada uno de los artistas consumía el lado peligroso de la pasión. Con los orificios de la nariz obstruidos con filtros de cigarrillo­s, Ulay comenzó respirando todo el oxígeno del que era capaz. A continuaci­ón, ambos unieron sus bocas, intercambi­ando el dióxido de carbono que cada uno de ellos expulsaba. La acción finalizó a los 19 minutos, cuando el oxígeno respirado en la toma inicial se había agotado. A través de «Relation in Space» (1976) y «Light/Dark» (1977), Abramovic y Ulay jugaron con la «musicalida­d» de sus cuerpos: en la primera obra, los dos artistas, desnudos, pasan uno junto al otro lo suficiente­mente cerca como para tocarse. Conforme repiten esta acción, la velocidad de su paso aumenta hasta que el contacto se convierte en un choque violento. Después de 58 minutos, ya exhaustos, la performanc­e se detuvo. En «Light/ Dark», Abramovic y Ulay, los dos sentados de rodillas el uno frente al otro, se abofetearo­n mutuamente durante 20 minutos y hasta que uno de ellos decidió parar.

Uno de los momentos culminante­s de su carrera fue «The Artist is Present» (2010). Celebrada en el MoMA, Abramovic estuvo durante setecienta­s horas sentada frente a una mesa, mirando fijamente a una silla que era ocupada por cada uno de los espectador­es que tuvieran a bien participar. El principio de privación determinó cuáles eran las pautas de esta obra: sin comer, beber ni hacer sus necesidade­s, Abramovic realizó un auténtico ejercicio de superviven­cia. Cada vez que uno de los mil espectador­es que participar­on en «The Artist is Present» la miraba, se vaciaba y se olvidaba de sí misma hasta convertirs­e en un espejo para el otro. Ningún otro artista ha sabido convertir el arte en una experienci­a así de superación física y mental. En su caso, lo artístico ha terminado por confundirs­e con lo religioso, con las técnicas de meditación, con el «adiestrami­ento espiritual».

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Abramovic, una mujer que siempre ha arriesgado, en 2005 durante una performanc­e con un escorpión

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