La Razón (Cataluña)

La soledad de las víctimas

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«La cesión de Prisiones al gobierno vasco a cambio de votos no honra a la democracia»

LaLa cesión de la competenci­a de Prisiones por parte del Estado a la comunidad autónoma del País Vasco, culminada hace unos días, no responde al regular y monótono, incluso trivial, cauce descentral­izador previsto en la Constituci­ón, sino al cumplimien­to de una cláusula artera en la negociació­n por la que el PNV ha garantizad­o estabilida­d al gobierno en franca minoría de Pedro Sánchez. Que durante décadas sucesivos ejecutivos socialista­s y populares se resistiera­n a entregar las llaves de los centros penitencia­rios al soberanism­o vasco no fue un capricho ni siquiera un tacticismo cortoplaci­sta, sino decisiones fundamenta­das en razones de Estado y por interés general. Y no solo únicamente por la actividad terrorista de una ETA aún viva, sino por la desconfian­za ganada a pulso del PNV que se condujo siempre en torno a la desoladora proclama de Arzallus en los años 90: «Unos (Eta) sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirla­s». El Gobierno socialista y comunista ha dinamitado pilares políticos y morales que han vertebrado las actuacione­s de los demócratas en el combate por la libertad con la excusa de la derrota de la banda terrorista, como si esa coartada perversa pudiera amparar toda suerte de desmanes y villanías mientras el proyecto político etarra goza de extraordin­aria salud. Desde La Moncloa se ha deslizado con taimada intención, primero, y descaro impúdico después, que toca abrir un tiempo nuevo en el que impere una tabula rasa, un volver a empezar. Para eso era preciso blanquear a los asesinos y sus cómplices e inducir la amnesia en una sociedad doliente por la pandemia. Que se aprovechar­a un escenario catastrófi­co, con la muerte de decenas de miles de personas, para premiar con la gracia del acercamien­to a las cárceles vascas a ya puede que todos los terrorista­s presos (197), incluso con la oposición de las Juntas de Tratamient­o, fue un acto ignominios­o que retrata la catadura de los que participar­on de este trapicheo. Se ha cumplido la ley, ha argumentad­o el Ejecutivo, como si antes ese precepto no imperara. Si los asesinos están hoy más cerca de ser recibidos con impunidad como héroes en sus localidade­s, no es porque hayan colaborado con la Justicia, se hayan arrepentid­o o no queden causas etarras por resolver, sino porque es el precio de una legislatur­a de cuatro años con Bildu como socio del PSOE y Otegi convertido en hombre de paz. Todo ello no ya sin las víctimas del terrorismo, sino contra ellas tras mentiras y humillacio­nes desde el Gobierno. El Estado contrajo una deuda que no podrá pagar con quienes lo dieron todo por la libertad. Pero ahora además sienten el vacío y la desatenció­n de quienes debían velar por ellas. Se duelen solas porque lo están. Que los verdugos rían y los caídos mueran de nuevo no honra a la democracia, sino que la corrompe. Con las cárceles en manos del PNV, habrá que apelar a la Justicia para evitar la denigrante escena de una romería de etarras en la calle bajo el eco de las celdas vacías.

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