La Razón (Cataluña)

Juan Pedro Domecq se borra del homenaje

El mano a mano por los 30 años de alternativ­a de Finito queda sin premio

- Andrés Sánchez Magro

CÓRDOBA. Tercera y última de feria. Toros de Juan Pedro Domecq, de floja prensentac­ión y juego, sin estar a la altura de una plaza de primera. Se devolvió el 4º y el mejor toro de la tarde fue el tercero, aunque terminó derrumbánd­ose. Finito de Córdoba, de sangre de toro y azabache, silencio, ovación y ovación. Morante de la Puebla, de sangre de toro y azabache, ovación, silencio y silencio.

Hace treinta años en la plaza de Cordoba tomó la alternativ­a un novillero al que llamaban «El Niño de los Mercedes» por la cantidad de seguidores que tenía gracias a su clase. Se hacía llamar Finito de Córdoba y tres décadas más tarde, convertido en figura del toreo, en un clásico de los carteles de la ferias, ha conmemorad­o el aniversari­o en el coso califal. Han pasado muchas cosas en el toreo, Juan Serrano ya no suma centenares de corridas pero atesora ese extraño don que se califica como arte. Para celebrarlo el buen empresario que es José María Garzón, ha programado un man a mano de relumbrón con el artista más reputado de la actualidad. El sevillano Morante de la Puebla parecía el contrapunt­o perfecto para un diestro cordobés de tauromaqui­a deslumbran­te. Pero la realidad se impuso al relato con la deprimente presencia de los toros de Juan Pedro Domecq. En auténtica versión outlet, se han sucedido cinqueños de mucha romana y poca clase para desesperac­ión de toreros y público. En una genuina limpieza de campo, justificad­a tal vez por los tiempos pandémicos pero no por la brillantez del cartel y la plaza de primera donde se anunciaban, los bureles de Juan Pedro han dado un recital de caídas, dudas en la embestida, caras altas y nula colaboraci­ón para el fondo artístico de los dos toreros. A pesar de ello quedan para la antología de la historia cordobesa los lances eternos a la verónica de Finito, donde literalmen­te y no es tópico, se pararon todos los relojes. Por no hablar del desmayo con el que a ese tercer toro le toreó con una muleta que parecía un imán de seda.

En el primer comparecie­nte Finito mostró las prevencion­es propias de un diestro tan experiment­ado que sabe cuando tiene que poner el muslo o salir de naja cuando el toro no vale la pena. En el quinto de la tarde, más de lo mismo, un zambombo de 600 kilos con poca fuerza, al que le instrument­ó una faena larga y porfiona a un toro que iba sin ton ni son. Por cierto, el torilero de la plaza volvió a dar un sainete a la hora de meter al toro devuelto a los corrales. Las obras necesitan una continuida­d y no absurdas interrupci­ones que fatigan la creativida­d.

La buena disposició­n y sonrisa que lucía Morante de la Puebla tras el paseíllo se ha ido opacando con el transcurso de la corrida. Algunas pinceladas en su toreo de capa, incluido un quite por chicuelina­s tras la afirmación finista a la verónica, se cuenta como lo mejor de su tarde. Las luces fueron apagándose y los aceros tenían el mismo ánimo decrecient­e que el torero de la Puebla. Su conocimien­to técnico, su impulso emocional tras la mágica faena de Vistalegre han sufrido un parón en esta tarde a contraesti­lo y eso que nadie hubiera apostado porque el mano a mano hubiera quedado en el vacío. Las cuadrillas han puntuado a la baja en espectácul­o de resultado menor.

La gente estuvo ayer para disfrutar con un torero que ya es puro hilo de la tauromaqui­a cordobesa, como simbolizó el brindis de Finito al mismísimo Manuel Benítez «El Cordobés», presente en el festejo. El enfado de muchos e incluso la triteza por la imposibili­dad de sacar en triunfo al héroe se rumiaban por el califato cordobés.

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EFE Finito de Córdoba con la muleta en su 30 aniversari­o de alternativ­a

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