La Razón (Cataluña)

¿Cuál es el destino de los asteroides rozadores?

Hay meteoros que atraviesan la atmósfera terrestre sin caer al suelo. Pero, cuando vuelven al espacio, su órbita se ve profundame­nte afectada

- Jordi Pereyra -

Aunque a primera vista parece inevitable que cualquier pedazo de roca espacial que se adentre en la atmósfera de la Tierra acabe precipitán­dose hasta el suelo, lo cierto es que unos pocos meteoros logran evitar la caída y vuelven de nuevo al espacio. Sin embargo, el paso por la atmósfera terrestre deja una huella profunda en la trayectori­a de estos objetos.

Bólidos rozadores

En otras ocasiones hemos explicado que el sistema solar contiene millones de objetos pequeños (como asteroides y cometas) que dan vueltas alrededor del Sol junto con el resto de los planetas. Aunque solemos pensar en los asteroides asteroides como simples mazacotes de roca que caen de vez en cuando del cielo, lo cierto es que cada uno de ellos tiene su propia órbita alrededor del Sol que va cambiando con el tiempo a medida que interactúa con otros cuerpos celestes. Unos pocos asteroides tienen órbitas que los conducen demasiado cerca de nuestro planeta, y, cuando esto ocurre, suelen precipitar­se a través de la atmósfera y acaban estallando en el aire o cayendo a la superficie terrestre.

Sin embargo, si un asteroide se mueve lo bastante deprisa y lleva la trayectori­a adecuada, puede llegar a adentrarse en la atmósfera en una trayectori­a casi paralela al suelo a decenas de kilómetros de altitud. Y, después de cubrir hasta más de un millar de kilómetros prácticame­nte en línea recta, estos objetos escapan de la atmósfera y vuelven a salir al espacio.

Este tipo de eventos se llaman bólidos «rozadores» o «rasantes» y, aunque son fenómenos inusuales, uno de ellos sobrevoló la Península Ibérica el mes pasado. Según el análisis de José María Madiedo, del IAA-CSIC, el asteroide se adentró en la atmósfera a 85 kilómetros de altitud y 61 000 km/h en la provincia de Lugo y salió de ella a 87 kilómetros de altitud sobre la costa de Almería, habiendo cruzado el país en menos de un minuto. Pero el paso a través de la atmósfera produce cambios significat­ivos en la órbita de estos asteroides.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que para que un objeto se mantenga en órbita alrededor de un cuerpo celeste necesita desplazars­e a una velocidad determinad­a que varía según la distancia entre ambos. Por ejemplo, la Estación Espacial Internacio­nal debe mantener una velocidad de 7 km/s para permanecer en órbita alrededor de la Tierra a 400 kilómetros de altitud. En cambio, como los satélites geoestacio­narios están a unos 35.000 kilómetros de la superficie terrestre, necesitan moverse a «sólo» 3 kilómetros por segundo para mantenerse a esa altitud.

Esta misma lógica se aplica al Sol y los planetas. Por ejemplo, la Tierra da vueltas alrededor del Sol a 30 km/s, lo que le permite mantenerse a 150 millones de kilómetros de nuestra estrella. Si la velocidad de nuestro planeta disminuyes­e, tendería a precipitar­se hacia el Sol. Y, si aumentase, se alejaría de nuestra estrella. En los dos casos, la Tierra acabaría adoptando una órbita nueva distinta a la actual. Pues, bien, la velocidad de los asteroides rasantes se ve alterada tanto por la gravedad de la Tierra como el rozamiento con el aire de la atmósfera, así que, cuando vuelven al espacio, su velocidad habrá cambiado… Y su órbita no volverá ya a ser la misma.

Órbita nueva

En julio de 2017, un asteroide rasante sobrevoló Australia y su trayectori­a de 1.000 kilómetros fue observada desde 10 observator­ios distintos del Desert Fireball Network. Estas observacio­nes permitiero­n deducir cuál era la órbita del objeto antes de adentrarse en la atmósfera terrestre y cómo le afectaría el encuentro con la Tierra al volver al espacio.

El asteroide parecía provenía del cinturón de asteroides interior, y, pese a la resistenci­a ofrecida por la atmósfera terrestre, la gravedad de nuestro planeta le proporcion­ó un empujón lo bastante intenso a este objeto como para que adoptase una órbita más excéntrica. Siendo más concretos, la distancia al Sol en el punto más alejado de la órbita del asteroide pasó de 3 a 6 unidades astronómic­as.

Averiguar cómo evoluciona­rá la órbita de este asteroide rasante a largo plazo es complicado porque interviene­n un montón de factores, desde las interaccio­nes gravitator­ias con otros planetas y cuerpos pequeños hasta la influencia de la luz y el viento solar. Sin embargo, las simulacion­es sugieren que este meteoroide pasará unos 200 000 años en esta nueva configurac­ión y que la gravedad de Júpiter acabará proporcion­ándole suficiente velocidad como para mandarlo a una órbita nueva en el sistema solar exterior o incluso expulsarlo al espacio interestel­ar. Y todo por pasar a través de la atmósfera terrestre durante unos segundos.

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MICHAEL EBERTH

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