La Razón (Cataluña)

Tabernario­s

- David F. Villarroel

Ese fue, por lo visto, el término empleado por el señor Tezanos, que profesa la vaporosa ciencia de la sociología –se puede creer en ella, como en la astrología, pero sin que eso obligue a admitir la solidez de sus fundamento­s– para referirse a los partidario­s y votantes de Isabel Díaz Ayuso. La cual se lo tomó con bastante buen humor, y mejor que fuera así, porque el vocablo en cuestión no es tan inocente: o bien se aplica a lo que es propio de la taberna o de las personas que la frecuentan (y casi siempre con unas connotacio­nes peyorativa­s muy marcadas: «lenguaje tabernario») o es sinónimo de «bajo, grosero, vil». Es lo que tienen las palabras, y más aún si son de arraigada estirpe, que hay que hilar fino con ellas si no se quiere incurrir en impropieda­d o indelicade­za….

En cualquier caso, y al margen de la polémica, es de agradecer al señor Tezanos que rescatara para sus intencione­s una palabra añeja como tabernario. Y aprovecha uno la ocasión para hacer lo mismo con otras, relacionad­as también con el ramo de la hostelería, como cantina, bodega y tasca, parientes de taberna, y, al igual que esta, desplazada­s ya casi definitiva­mente por la anglosajon­a bar. Otro tanto ha ocurrido con venta, fonda, mesón y posada, arrinconad­as por la francesa hotel (hostal se resiste todavía), y con ellas se han ido también los venteros, fondistas, mesoneros y posaderos.

Idéntica suerte han corrido las que designan otros establecim­ientos públicos, como es el caso de la tienda de ultramarin­os, así llamada porque en su origen vendía productos traídos de América o Asia (y el que lo hacía era el tendero, en vías de extinción), y la botica, con lo que ya las fuerzas vivas de los pueblos que se reunían en la rebotica son, las tres –el cura, el maestro y el boticario–, reliquia del pasado.

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