La Razón (Cataluña)

«¿CUÁNTOS DE USTEDES SON CATÓLICOS? POR LO TANTO CREEN EN SERPIENTES QUE HABLAN...»

- Gabriel Rufián Portavoz de ERC en el Congreso Manuel Calderón

Ayer,Ayer, casi se produjo una intervenci­ón interesant­e en el Congreso, aunque no pudo cumplir las expectativ­as anunciadas, dado que el protagonis­ta no está dotado para los altos estudios eclesiásti­cos, por decirlo a la manera de Ferlosio. Ferlosio. Fue Gabriel Rufián quien para recriminar algo a un partido de la oposición –él, no se olvide, es gobierno– preguntó, aun sin esperar respuesta: «¿Cuántos de ustedes son católicos? Por lo tanto, creen en serpientes que hablan, en palomas que embarazan y que si nos portamos mal llegará una lluvia de fuego y nos quemará...». Sin tener en cuenta que mezcla hechos bíblicos porque donde no llega el conocimien­to llega su bizarra vulgaridad, siempre está bien que se argumente con un libro tan divertido como el «Apocalipsi­s», que ya hubiese querido escribirlo un guionista de la Marvel. Hay laicos –...y laicos–, cuyo amor al saber y un razonable escepticis­mo en sus propias conviccion­es, les ha llevado a asomarse a la cara oculta de lo que somos. Es inevitable recordar la relación epistolar que Umberto Eco mantuvo con el cardenal de Milán, Carlo María Martini, entre 1995 y 1996 (reunida en «¿Qué creen los que no creen ?»). La primera parte estuvo dedicada al apocalipsi­s, al final del mundo, y ambos coincidier­on en que si antes era la Iglesia la que convivía con ese terrible momento, ahora es el mundo laico el que cree que la vida llegará a su fin por razones políticas y ecológicas. Trump sería la bestia de diez cuernos y siete cabezas que sale del mar y Greta Thunberg , liberada de Babilonia, la nueva profeta. Es el miedo al fin inminente, tal humano. O miedo al tiempo. Un ejemplo que Rufián entenderá bien: él dijo –o predijo– que pasado un tiempo, 18 meses, con sus lunas y sus soles, dejaría el Congreso. Era diciembre de 2015 y, aunque tiene la excusa de que lo haría para «regresar a la república catalana», que nunca devino, todavía no ha cumplido su palabra. Él, como entonces, tiene miedo a lo desconocid­o: a ser un simple civil, sin más tribuna que sus manos y su inteligenc­ia. Lógicament­e, tiene miedo.

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