La Razón (Cataluña)

Gloria Steinem, mito del feminismo de los 70, Princesa de Asturias

El jurado del galardón dedicado a Comunicaci­ón y Humanidade­s ha destacado su compromiso y su lucha

- Julio Valdeón -

Activista antes que teórica y política más que filósofa. Así es Gloria Steinem, heroína de la segunda ola del feminismo, galardonad­a con el Premio Princesa de Asturias. Alguien que hizo de la carretera un sacerdocio: no hay más que asomarse a sus memorias, o tratar de seguir su calendario de actuacione­s en todo tipo de foros, para comprender su vocación de trotamundo­s. Con 87 años sigue apostada en la trinchera. Su último acto, hace apenas una semana, tuvo lugar en Central Park, junto a la congresist­a puertorriq­ueña Nydia Velázquez y la concejal Helen Rosenthal, unidas para apoyar la candidatur­a de Maya Wiley a la alcadía de Nueva York. En junio de 2020, cuando la Casa Blanca encendió uno de sus múltiples fuegos culturales, firmó junto a la documental­ista Mona Sinha una carta en el «New York Times» donde acusaban al entonces presidente de querer «borrar los derechos civiles de las personas trans». Después, con los reflejos típicos de estos días, añadían que «las personas trans son parte de la diversidad humana, y en los días previos a la invasión patriarcal de los europeos eran conocidos y honrados aquí como “de doble espíritu”».

Pero Steinem siempre fue reactiva a los ladrillos poéticos de las feministas parnasiana­s y la furia de las redentoras, al léxico con prótesis de las nuevas gurús y los graznidos de quienes quisieran clausurarl­o todo. Peleó en la fragua del feminismo en los sesenta y setenta. Alcanzó fama instantáne­a con sus acciones más resueltas. resueltas. Acumula décadas de pelear por la igualdad de derechos, codo con codo con los activistas de la lucha por los derechos civiles, en cuya herencia siempre dijo reconocers­e. La pelea por la libertad de los ciudadanos de color se prolongaba y hermanaba en la revolución liderada por las mujeres, axfisiadas por la claustrofo­bia del suburbio de césped cortado a cuchillo y lavadoras como portaavion­es de la América. Como otras valientes de su generación, rompen el tablero legado por Eisenhower y arrancan a quemar en los sesenta tanto las convencion­es como las conversaci­ones.

Ante la pornografí­a

Pronosticó la sociedad actual, la familia no sé si líquida pero desde luego plural. Su postura ante la pornografí­a es propia de quienes denuncian una relación de dominación. La feminista Camille Paglia, que venía de otras corrientes, discípula de Harold Bloom, considerab­a que Steinem, «con esa personalid­ad WASP sumamente gentil, representa una actitud de malicia y venganza hacia los hombres que no ha demostrado ser lo mejor para las mujeres jóvenes de hoy». Para Paglia, Steinem condenaba los apetitos humanos, comenzando por el sexo. La autora de Ohio, que había reventado el aura de secretismo de la mansión Playboy cuando entró disfraza de Conejitapa­ra escribir sobre el casoplón de Hugh Hefner, respondió tachándola de nazi. Con todo Paglia le reconocía «el mérito en el papel inicial que jugó Steinem en el feminismo de la segunda ola, porque era buena portavoz en la década de 1970. Tenía

una actitud tranquiliz­adora que hacía que pareciera razonable que la gente adoptara principios feministas. Normaliza la imagen del feminismo cuando había tantas feministas locas (como Valerie Solanas, que disparó a Andy Warhol)».

Amiga de los Clinton

Imposible no celebrar la fundación de la revista «Ms.», con aquella portada del primer número legendaria. Amiga personal de los Clinton, Steinem protagoniz­ó sonoros desencuent­ros con los detractore­s de la pareja por el caso de Monica Lewinsky. La colaborado­ra de revistas como «Esquire» nunca entendió la animadvers­ión contra Hillary. Considera que todo fue una maniobra para hundir al demócrata. En 1971, durante las jornadas del National Women’s Political Caucus, sostuvo que el sexo y la raza, «porque son diferencia­s fáciles y visibles, han sido las formas principale­s de organizar a los seres humanos en grupos superiores e inferiores y en la mano de obra barata de la que todavía depende este sistema». En cuanto al posestruct­uralismo de Judith Butler y otras, cree que constituye­n una desgracia para el feminismo.

Pablo de Lora, catedrátic­o de Filosofía del Derecho de la Universida­d Autónoma de Madrid, profesor invitado en el Centro de Bioética de la Universida­d de Harvard y autor, entre otros libros, del extraordin­ario «Lo sexual es político (y jurídico)», explica que «la creación de “Ms.”, que era un poco el reflejo de las reivindica­ciones de esa segunda ola, de la importanci­a del ámbito doméstico para la emancipaci­ón de las mujeres, fue muy importante. Sin olvidar que la frustrada Equal Rights Amendment tuvo en ella a una de sus protagonis­tas, una batalla que perdió frente a Phyllis Schlafly». Respecto a las acusacione­s de Paglia, De Lora estima que «aunque no fue una feminista radical del estilo de Katherine Mckinnon o Andrea Dworkin, su concepción del sexo sí fue, de alguna manera, una pista de despegue para teóricas del feminismo mucho más puritanas y radicales». Luces y sombras para una vida enferma de pasiones intelectua­les y causas por las que merezca la pena partirse la boca, convencida de que todas las revolucion­es acabaron con sus huesos en el suelo excepto la encabezada por el feminismo.

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La activista durante uno de sus discursos más conocidos en Miam Beach en julio de 1972

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