La Razón (Cataluña)

Marruecos en Eurovisión

- Pedro Narváez

CuandoCuan­do la generación EGB se pegaba a la televisión para oír la cantinela del recuento de los votos, recuerden, en francés y en inglés, Europa estaba tan lejos como la posibilida­d de comprar una televisión en color y se limitaba a aquellos países «de toda la vida», como Italia, Reino Unido, Alemania, en fin, lo que era la vieja espina dorsal de un continente eufórico. En el festival ya entran las antiguas repúblicas soviéticas que, así, de primeras, no sabría colocar en el mapa. Es lo que le pasa a España, que nadie sabe dónde está, alimentand­o su propia leyenda negra porque su propio Gobierno la pinta en un lugar del sur de Europa con fronteras líquidas.

Cuando se forjó el golpe a la catalana, la propaganda exterior advertía de que la democracia española estaba inválida ya que aporreaba a personas de bien que solo ansiaban ser independie­ntes. El ataque a Ceuta y Melilla puede acabar de la misma manera. Con unas almas biempensan­tes comprando el discurso buenista anticoloni­al y «humano» del que está encargado Marruecos y lo que es peor para nosotros, Estados Unidos, su gran aliado. Sin Biden colocando el pulgar hacia abajo, Mohamed VI no se hubiera atrevido a lanzar escudos humanos. España nunca amagó con imponer sanciones a Bélgica por acoger a Puigdemont, como hace el reino de Mohamed por una causa política. España es una melodía tonta de Eurovisión que nunca llegará a ganar el festival de la diplomacia y el honor. El Gobierno se volverá a sentar con los separatist­as y dejará que sus socios se planteen si merece la pena defender Ceuta y Melilla, que son para ellos ciudades de los tiempos de Franco, que es a donde llegan en la Historia. Antes del caudillo no había nada. Como en el génesis de la Biblia.

Marruecos solicita Ceuta y Melilla con ímpetu renovado porque sabe que España está dispuesta a descuartiz­arse y que, cortado un brazo, qué más da otro más. Nadie nos votará porque nosotros mismos ya lo hemos hecho. El presidente que habita en Moncloa estaba muy ocupado preocupánd­ose por el caso de Rocío Carrasco.

«El presidente que habita en Moncloa estaba muy ocupado llamando a Rocío Carrasco»

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