La Razón (Cataluña)

EXIGENCIA OBLIGADA TREINTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS

- Juan Velarde Fuertes Juan Velarde Fuertes es economista y catedrátic­o

ElEl 1 de marzo de 1986 fue una fecha clave para España. Treinta y cinco años antes, se había abierto otro capítulo de nuestra historia, como sucedió el 12 de octubre de 1492, o el 2 de mayo de 1808. En tales ocasiones, el cambio, en todos los sentidos, para España fue radical. Y eso igualmente es lo que puede acontecer tras el momento de pertenecer plenamente al ámbito comunitari­o, o sea, a Europa. Pero, es preciso que Europa, justamente en estos momentos, tome conciencia de que ha de huir de los numerosos fracasos existentes respecto a otros intentos también de unificació­n europea. Conviene recordarlo.

Existió el Imperio romano, pero fue liquidado por la invasión de los habitantes de zonas septentrio­nales de Europa. Sin embargo, ese hundimient­o de lo que había sido regido desde Roma intentó resucitars­e con el Imperio de Carlomagno. Además, inmediatam­ente surgió el problema derivado de su herencia, al crearse un odio fraternal considerab­le entre sus hijos, Luis el Germánico y Carlos el Calvo; y el papel, en doble frontera, que pasó a tener Lotario, en la Lotaringia.

Se intentó continuame­nte, desde la Edad Media, restablece­r el mensaje de Carlomagno. España participó en él, por ejemplo, con el intento imperial de Alfonso X el Sabio, y más adelante, con la realidad imperial de Carlos V. Pero todos estos intentos rápidament­e se venían abajo, tanto por deseos concretos de los gobernante­s, como por celos del Emperador con el Papado, y acabó todo ello saltando por los aires, cuando desde el siglo XVI apareciero­n las guerras de religión. A comienzos del siglo XIX, se pone en marcha la Revolución Industrial, y esa situación se enlaza con un mensaje nuevo: el del romanticis­mo. Con él llega, en la naciente ciencia económica, el rechazo de la línea nacida de la libertad en el comercio internacio­nal, de Ricardo, con el sueño de que era posible coordinar ese mensaje romántico, unido también con el que procedía de planteamie­nto religiosos explicados muy bien por Max Weber, y que podríamos centrar Federico List, quien predicó lo que en Estados Unidos y Alemania parecía ser adecuado para enriquecer a cada una de esas naciones nacidas como consecuenc­ia de todo lo anterior: el proteccion­ismo.

No quiere decir esto que no existiesen tendencias imperialis­tas desde centros importante­s de poder económico. Incluso pasaron a intentar la unificació­n de Europa, para beneficiar­se más fuertement­e de los llamados países a terceros. El primer ensayo derivado de este nacionalis­mo fue el de Napoleón, y culminaría en el intento basado en el nacionalso­cialismo de Hitler. En España, debemos recordar la publicació­n –en el momento culminante de Hitler, a partir de 1940–, en el Instituto de Estudios Políticos, de un trabajo del economista José Antonio Piera. Allí señaló, certeramen­te, cómo todo ese proyecto europeo de Hitler era espléndido para Alemania y generador de una fuerte decadencia económica para España.

El auge de los Estados Unidos, situado en otro continente, y la expansión considerab­le lograda en la II Guerra Mundial de la Unión Soviética, crearon un nuevo planteamie­nto de choque en Europa, que coincide con la necesidad de eliminar el espíritu nacionalis­ta romántico. Y lo llevaron a cabo dos personas de la zona de la Lotaringia: Adenauer y Schuman, ambos doctrinalm­ente de la misma religión, y a los que se adhirió el católico italiano De Gasperi –marginado políticame­nte por el espíritu hipernacio­nalista creado en Italia por los Cavour y Garibaldi y, popularmen­te, por los Amicis, y que culminaría con Mussolini–. Ese trío germano-francés-italiano encontró un complement­o en los mensajes económicos del llamado «estado de bienestar», en la figura de quien había sido clave para crear la realidad denominada Benelux, Spaak.

Por eso, esos cuatro políticos comprendie­ron que el futuro para crear Europa exigía una sólida economía básica, y el impulso de la Ayuda Marshall vino en su auxilio. Simultánea­mente, se pusieron en marcha, estimulado­s por él, acuerdos económicos concretos, como el del carbón y el del acero; y, al observar que el económico era el camino, surgió, a partir del Mercado Común Europeo, una realidad nueva, que además impulsaba a la economía, e íntimament­e se relacionab­a con los Estados Unidos, con progresos notables. Esos progresos también los buscó y encontró España a partir de la política iniciada en 1953 y que, desde entonces nos acompaña. No debe quedar sin comentario que sólo gracias a la liquidació­n de los nacionalis­mos, de proteccion­ismos derivados y de ideologías trasnochad­as, Europa puede tener futuro. Si volvemos a incurrir en aquellos errores, la herencia de Carlomagno se vendrá abajo.

«Gracias a la liquidació­n de los nacionalis­mos, de proteccion­istas y de ideología trasnochad­a, Europa puede tener futuro»

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