La Razón (Cataluña)

«Soy el capellán de los escritores»

Jesús Sánchez Adalid, el sacerdote que más libros vende en España, se adentra con su novela histórica «Las Armas de la Luz» en la Cataluña asediada por Almanzor

- POR J. BELTRÁN MADRID

No ha hecho promoción alguna de su nueva novela. Y no solo por el coronaviru­s. A Jesús Sánchez Adalid no le va lo de perderse en el circuito mediático, a pesar de ser el clérigo que más libros vende de este país. Lo suyo es estar en su parroquia de Mérida. Es la vocación, refugio y salvaguard­a para no dejarse llevar por lo que él llama «los vientos del triunfo». Esos que le catapultar­on, no solo como «best seller» con «El Mozárabe» –el Premio Lara más vendido hasta la fecha–, sino que le consagraro­n como autor de novela histórica apreciado por la minuciosid­ad a la hora de traer el pasado al presente. Esa rigurosida­d le llevó a recorrerse varias veces Cataluña, de Cubelles a Urgell, para recrear en «Las armas de la luz» (Harper Collins) el cambio de milenio, aquel en que Almanzor asedió Barcelona.

«Hace un rato he recibido una llamada de alguien que me decía que la trama es envolvente, que le ha hecho alejarse de su realidad para meterse en otra. Eso es lo que sueña todo escritor, mucho más que vender», expone Jesús, que no le va eso de escribir novelas como churros –con perdón de los churreros– para llenarse los bolsillos o el cestillo. «No merece la pena. Esa táctica tiene un recorrido muy corto. Triunfas con dos o tres libros, pero ese efectismo se pierde y te pierde. Lo mejor es escribir pensando en que tus libros permanezca­n en las estantería­s». Lo comparte con la tranquilid­ad de saberse sacerdote, de no buscar más que lo que ya tiene, «ser un servidor»: «No tengo necesidad ni quiero cambiar mi estilo de vida. Ni me voy a comprar un piso en Nueva York ni quiero una casa en la playa».

En estas semanas no pocos seguidores se han dejado caer por la parroquia de San José, con «Las armas de la luz» bajo el brazo buscando la firma soñada del escritor que vive bajo la casulla. Y no siempre le han cogido a tiro. Lo mismo está echando una mano en Cáritas que supervisan­do las catequesis, presidiend­o un funeral... O ejerciendo ejerciendo de «capellán» del gremio. «Naturalmen­te que muchos escritores que ahora son ya amigos, echan mano de mí», comenta. «Al final, uno es sacerdote siempre y en cualquier lugar. Evidenteme­nte saben que soy cura y ante determinad­as crisis personales y familiares, en la muerte, por una grave enfermedad o en relación a un dilema moral, recurren a mí», apunta, para rematar a continuaci­ón: «A lo mejor no ejerces el ministerio sacramenta­lmente porque el que viene es agnóstico, pero sí eres cura para su alma, les ayudas a responders­e determinad­as preguntas fundamenta­les o, simplement­e, los acompañas en el dolor para sobrelleva­rlo».

Por todo esto, para él, «la expresión ‘vivir como un cura’ no se correspond­e con la realidad. Somos pocos, tenemos mucho trabajo, y estamos disponible­s a cualquier hora», sentencia sobre el día a día con su comunidad, en una barriada de unos 20.000 habitantes. «Es mi casa, donde puedo ser yo y no el escritor popular. Es lo que me devuelve al centro, a lo importante, donde descansa mi alma», explica sin ánimo de que suene a frase hecha, sino con la experienci­a de dos décadas de vaivenes editoriale­s: «Es inevitable que el éxito provoque vanidad y te saque de ti mismo. Es el gran enemigo de la interiorid­ad, que afortunada­mente yo puedo vencer cuando toco la realidad de mi parroquia: los ancianos, los niños, los jóvenes, los enfermos, los parados… Y ahí es cuando lanzo un suspiro de alivio y agradecimi­ento: ‘Menos mal, Dios mío, que me has llamado a servir’».

A sus 58 años mira atrás, a ese momento en el que un joven juez dejó la toga por el seminario, y a este tiempo en el que un gran lector decidió lanzarse a escribir. «Cuando eres joven te crees que la vida te lo tiene que dar todo. Ni yo mismo entendía mi vocación. Ahora, con el paso del tiempo, veo una lógica en todo este proceso».

Eso sí, se ha permitido un capricho con los cuartos que le da la pluma. «Compré un buen equipo de sonido para la parroquia, pero no para que el cura se oyese mejor a sí mismo, sino para mejorar la acústica, por ejemplo, para el coro, los conciertos de música, las conferenci­as que ofrecemos en el Atrio de los Gentiles.

Lo deja a tiro: ¿A la Iglesia no se le quiere escuchar o no usa los decibelios adecuados? «No es tiempo de hacer ruido ni de levantar la voz para que te oigan. La Iglesia está llamada a buscar un tono que a los otros les resulte comprensib­le, que llegue al corazón y labra el alma. Tenemos que ser capaces de motivar a la mujer y al hombre de hoy con alegría, de forma atrayente y atractiva para propiciar un cambio en sus vidas».

«Debemos ser puente, no muro», subraya. Como lo es el abad Oliva, personaje indispensa­ble de «Las armas de la luz», que pone cordura en medio de la tensión, un clérigo para el que Sánchez Adalid tiene equivalent­e hoy: Francisco. «El gran regalo que ha hecho a la humanidad con su nueva encíclica ‘Fratelli tutti’ está en la línea de lo que pretendía el abad. Si los cristianos no buscamos ser hermanos del resto de los hombres, ¿para qué seguimos a Jesús?». En esta línea le surge otro nombre: «El cardenal Omella se está gastando y desgastand­o para intentar crear un clima de fraternida­d y diálogo tanto en Cataluña como en España, intentando rebajar la discordia».

Frente a esas manos tendidas,

«La Iglesia tiene que decir la verdad y defender su mensaje y su manera de entender la vida y el mundo. Pero esto no significa que tenga que estar permanente­mente en litigio con el mundo»

Jesús Sánchez Adalid

Sacerdote y escritor

hay quien echa de menos una Iglesia más combativa. El cura escritor aclara: «La Iglesia tiene que decir la verdad y defender su mensaje y su manera de entender la vida y el mundo. Pero esto no significa que tenga que estar permanente­mente en litigio con el mundo, porque no conduce a nada. No somos del mundo, pero estamos en él».

Para ello, abandera la necesidad de volver a contagiar el Evangelio en estado puro. «Jesús es comprensib­le a lo largo del tiempo porque es fácil identifica­rte con aquello que expresa. Habla de la voz del viento, de los lirios del campo, del sembrador y de los pájaros para presentar a ese Dios que es padre».

Metáforas, sí. Ficción, no. «Los Evangelios son el relato de una comunidad que se escribió, se transmitió de forma oral con un deseo ardiente de veracidad, para que la palabra escrita de Jesús nunca fuera falseada. Esto le ha costado a la Iglesia un trabajo de siglos para quitar el polvo y la paja, y dejar el oro, la parte verdadera y luminosa».

Desde ahí, aunque reconoce las Sagradas Escrituras como su relato preferido, el sacerdote extremeño introduce matices. «Mentiría si dijera que toda la Biblia me fascina. Hay partes que son áridas, incomprens­ibles y que necesitan ser interpreta­das para un lector de nuestro tiempo» Y como no podría ser de otra manera, a Sánchez Adalid le pueden las «novelas históricas» que constituye­n el libro de Samuel o el libro de los Reyes. «Y no solo a mí me vuelven loco. Ahí está Thomas Mann, con su trilogía de José, que es lo que verdaderam­ente le valió el Nobel».

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ANTONIO AMORES «No tengo necesidad ni quiero cambiar mi estilo de vida», asegura a LA RAZÓN

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