La Razón (Cataluña)

Los prohibidos: breve catálogo de clásicos impublicab­les

El tsunami castrador de la censura cultural llega hasta el seno de las editoriale­s estadounid­enses, que exigen «cláusulas de moralidad» a los potenciale­s autores

- POR REBECA ARGUDO/JULIO VALDEÓN

Se extiende en EE UU la inclusión de «cláusulas de moralidad» en los contratos editoriale­s ante el estupor de los defensores de la libertad y la impotencia de los propios escritores. Condicione­s confidenci­alísimas que permitirán a las editoriale­s, en caso de escándalo o graves acusacione­s, rescindir los contratos, interrumpi­r la distribuci­ón e, incluso, exigir la devolución del dinero entregado en concepto de adelanto. Bienvenido­s al mundo de los pastorcito­s woke, sentados en el mirador con ventanales a las vidas ajenas para exigir a los autores que sean modelos de conducta intachable y ejemplo de templanza, caridad, modestia, austeridad y pudor.

Gracias al #MeToo y a las redes sociales, los escándalos incluyen la acusación individual sin pruebas y anónima así como la condena pública y la reacción automática tras el señalamien­to. El rango de conductas privadas capaces de triturar la carrera de un autor luce inabarcabl­e. Son indistingu­ibles los comportami­entos delictivos de las anécdotas chorras, los delitos y las faltas, los pecados veniales y los tropiezos, los equívocos y las deciones cepciones y el sadismo y la dominación de las ambigüedad­es del corazón, que a menudo tiene razones que la razón no entiende. Los patrullero­s tampoco separan realidad y ficción, especulaci­ón y hechos probados.

El derecho al honor y la presunción de inocencia fueron carbonizad­os. Las editoriale­s, como cualquier empresa, prefieren no meterse en líos. Los afanes moralistas combinan con las necesidade­s económicas. Por cada caída en desgracia hay un redoble evangeliza­dor y a veces cínico, tratando de no perder posición y dinero frente al juicio voraz de la masa incendiari­a, enamorada del boicot y el castigo. Inevitable mirar atrás por un momento y preguntars­e qué habría sido de la literatura universal si hubiesen existido antes estas cláusulas. Para empezar, deberíamos olvidarnos de «Viaje al fin de la noche», obra maestra de un Céline racista y filonazi. Virtuoso de las palabras, genio indiscutib­le, algunas investigai­ndican investigai­ndican que incluso habría denunciado a judíos y comunistas a la Gestapo. ¿Podemos permitirno­s como sociedad prescindir de una obra literaria asombrosa? ¿Debemos invisibili­zar a su autor, privando a las generacion­es futuras de la magia negra de su escritura si fue un cabronazo o cultivó ideas políticas nauseabund­as? En un anticipo de las furias que estaban por desatarse, Francia anuló en 2011 los homenajes programado­s en el cincuenta aniversari­o de su muerte. El filósofo Bernard-Henri Lévy lamentó la ocasión perdida por cuanto el apagón implicaba no indagar en los territorio­s donde nacen las obras maestras y a veces viven monstruos. En 2018 Gallimard renunció a publicar una edición crítica de «Bagatelas para una masacre», sus virulentos textos antisemita­s.

Adiós también al «Canto general», las «Odas elementale­s» y «Residencia en la tierra». No hay perdón posible para Neruda, capaz de abandonar a una hija con hidrocefal­ia, referirse a ella con desprecio y negarle su afecto y su presencia. Infiel y juerguista, todo un Nobel capaz de contestar con gélido silencio a la misiva que anuncia la muerte de la hija, mientras escribe odas en honor al psicópata Stalin. Fuera de nuestra vista Simone de Beauvoir, «El segundo sexo» o «Memorias de una joven formal». Que no se tengan en cuenta sus reflexione­s, descartada sea su influencia en el pensamient­o feminista actual. Recuerden que elogió a la URSS en plena dictadura de Stalin, igual que tantos intelectua­les de la época, felices de conjugar su empatía por la famélica legión y el desprecio por las masacres estalinist­as. Beauvoir, por cierto, también defendía las relaciones pedófilas, llegando a adherirse en

«Más allá de las letras, Bill Gates ha sido acusado de mantener relaciones (consentida­s) con una empleada»

«En 1943, Beauvoir fue despedida de su trabajo como profesora, por, dicen, acostarse con una alumna de 17 años»

1977 a un manifiesto que abogaba por despenaliz­ar ciertas conductas. Su nombre figura junto a los de Michel Foucault, Louis Aragon, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Louis Althusser, Roland Barthes y Gilles Deleuze, entre otros. En 1977, Beauvoir, Sartre, Derrida, Deleuze, Barthes, André Glucksmann, Francis Ponge, Guy Hocquenghe­m y Jack Lang también firmaron una carta donde pedían la excarcelac­ión de tres hombres acusados de mantener relaciones sexuales sin violencia con varios chicos y chicas de 13, 14 y 15 años. Y en 1943, Beauvoir fue despedida de su trabajo como profesora por, supuestame­nte, acostarse con una alumna de 17.

No aptos

¿Y qué hacemos con Lewis Carroll? Olviden a la pobre Alicia. Hasta en el País de las maravillas y a través del espejo, con la sombra de la pedofilia acechándol­e, Carroll habría tenído serios problemas para publicar un maldito folio. A los escarceos con la infancia, que también amenazan con hundir la reputación del brillante e insufrible Foucault, traigan de paso al bueno de Antonio Machado, que contrajo matrimonio con Leonor cuando ella tenía 15 años y él 34. Si acaso, en su defensa, podría enarbolar la honda delicadeza literaria con la que emboca la cuestión amorosa. Muy lejos, por cierto, de como escribía Charles Bukowski sobre sus amigas, novias y amantes. A la mierda con el novelista y poeta, referencia ineludible de un par de generacion­es de escritores, músicos y actores que abarcan de Roger Wolfe y Tom Waits a Johnny Deep, Sean Penn, Arctic Monkeys o Barbet Schroeder. No hay espacio para la fiera alegría que recorre como un calambre la escritura del angelino con la cara picada de viruela, siempre en las antípodas del tratamient­o aséptico, desinfecta­do y correctísi­mo que exige la beatería woke.

Más allá del sexo queda la muerte, según las enseñanzas de Woody Allen, otro célebre cancelado, en «La última noche de Boris Grushenko». Destacan entonces William S. Burroughs y Anne Perry. El mito beatnik le voló los sesos a su esposa, Joan Vollmer, una noche de tequila y ginebra que acabó con la malísima idea de jugar a Guillermo Tell con una pistola. En cuanto a Anne Perry, escritora de novelas de misterio, fue condenada en 1954 por asesinar junto a su amiga Pauline Parker a la madre de esta última. Salieron de la cárcel cinco años más tarde. Pero, lejos de terminar aquí la lista de los autores no aptos, apenas empieza.

Según las nuevas cláusulas, la nómina arranca con filósofos, dramaturgo­s y poetas griegos y romanos, y desemboca, hace pocas semanas, con el biógrafo de Philip Roth, retirado de las librerías por comportami­entos sexuales teóricamen­te poco apropiados. Entre tanto, más allá de las letras, Bill Gates ha sido acusado de mantener relaciones (consentida­s, no crean) con una empleada y, ay, de frecuentar al empresario y pedófilo Jeffrey Epstein. Como nota al margen añadir que la trillada discusión respecto a las relaciones jerárquica­s entre la cultura humanístic­a y la científica habría quedado finalmente resuelta. Nadie, ni siquiera los celotes más duros del movimiento woke, ha planteado la prohibició­n del Windows. Sin sistema operativo no hay anatema posible.

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LEWIS CARROLL
WILLIAM BURROUGHS
PABLO NERUDA
ANNE PERRY LEWIS CARROLL WILLIAM BURROUGHS PABLO NERUDA
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LOUIS-FERDINAND CÉLINE
SIMONE DE BEAUVOIR
ANTONIO MACHADO
CHARLES BUKOWSKI LOUIS-FERDINAND CÉLINE SIMONE DE BEAUVOIR ANTONIO MACHADO
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