La Razón (Cataluña)

Socio, no amigo

- José Antonio de Yturriaga Barberán José Antonio de Yturriaga Barberán es embajador jubilado y profesor de Derecho Internacio­nal en la UCM. Es autor del libro «El Sáhara español: un conflicto aún por resolver»

Más de 9.000 ciudadanos –marroquíes en su inmensa mayoría– entraron la semana pasada en Ceuta de forma ilegal con la connivenci­a de la gendarmerí­a marroquí, en una operación planificad­a por el Gobierno como represalia contra España por la admisión del secretario general del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño. La causa de todo radica en la situación del Sáhara Occidental, territorio no autónomo cuya potencia administra­dora «de iure» sigue siendo España, aunque «de facto» esté ocupada por Marruecos. Hasta el 10 de diciembre de 2020, ningún Estado había reconocido la legalidad de esta ocupación, cuando Donald Trump –presidente saliente de Estados Unidos– la reconoció, a cambio de que Marruecos establecie­ra relaciones diplomátic­as con Israel. El único responsabl­e del conflicto es, por tanto, Marruecos, que viene ocupando militarmen­te el territorio desde 1976 sin título jurídico alguno, pues –según el Derecho Internacio­nal– de la injusticia no puede nacer el derecho y la ocupación del Sáhara Occidental por Marruecos es injusta, ilegal y contraria a derecho.

La excusa alegada por Marruecos para invadir Ceuta con miles de jóvenes era la hospitaliz­ación de Ghali en España por motivos humanitari­os, al estar gravemente enfermo de Covid-19. Marruecos reaccionó de forma vehemente ante lo que considerab­a un ultraje, convocó al Embajador español en Rabat para pedirle explicacio­nes, distribuyó comunicado­s criticando duramente al Gobierno español y lo amenazó con tomar las medidas que estimara pertinente­s. Un comunicado de «Maroc Diplomatie» ha señalado que las razones humanitari­as invocadas no justificab­an las maniobras urdidas a sus espaldas, no eran la panacea para aplicársel­as al jefe del Polisario

cuando «miles de personas viven en condicione­s infrahuman­as en los campamento­s de Tinduf», no explicaban la inacción de los tribunales españoles, ni la complicida­d con una usurpación de identidad, y no debían anular las demandas legítimas de las víctimas de las violacione­s de derechos humanos cometidas por Ghali.

A estos alegatos cabe responder lo siguiente: España no ha urdido ninguna maniobra contra Marruecos, sino que ha acogido por razones humanitari­as al presidente de la República Árabe Saharaui Democrátic­a, país que ha sido reconocido por 73 Estados y es miembro de la Unidad Africana, en pie de igualdad con Marruecos, con quien ha negociado. Que los saharauis viven de forma infrahuman­a en Tinduf porque Marruecos los ha expulsado de su país, los ha bombardead­o, ha ocupado la mayor parte de su territorio y no les permite regresar a sus hogares. Que el juez Pedraz ha reabierto el caso de la querella contra 17 líderes del Frente Polisario y citado a Ghali a declarar, y que el Gobierno marroquí debería colaborar con la justicia española.

Marruecos se indignó con España porque no siguió el camino de Estados Unidos y mantuvo que el conflicto debería ser resuelto en el marco de la ONU mediante el ejercicio por el pueblo saharaui de su derecho a la libre determinac­ión. Mohamed VI ha seguido el modelo de su padre con la «Marcha Verde», al organizar una invasión pacífica, que –no por ello– deja de ser invasión. Como en 1975, Marruecos ha violado la soberanía nacional y la integridad territoria­l de España y de la UE, al cruzar ilegalment­e la frontera de Ceuta, que es asimismo la frontera exterior de la Unión. La ministra González Laya dijo que Marruecos es socio y amigo de España. Podrá ser socio, pero no es amigo.

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