«NO ES LA LISTA QUE QUERÍA»
YaYa saben aquello de que todoslosespañolesllevamos un seleccionador dentro, que es también, claro, un entrenador. Bueno, todos los aficionados al fútbol, porque, aunque es la cosamásimportantedelasmenos importantes, convendremos en que el mayor credo laico del planeta aún no ha logrado captar a muchos de nuestros congéneres, que dicen cosas como eso de que no entienden qué tiene de interés unos sujetos corriendo en calzoncillos, amén de que tampoco comprenden por qué se los recompensa con sueldos millonarios por dar patadas a una pelota (así llaman al balón). Pero, en fin, ignorantes e incluso sacrílegos también los quiere Dios. Luis Enrique esparció ayer en plaza pública los dones de la lista de convocados para su primera fase final de una gran competición internacional. Y se armó la marimorena como si eltíoMohamedhubieraordenado otra invasión de Ceuta. Cualquier elección de futbolistas ha sido siempre un asunto controvertido en nuestro país, espinoso por naturaleza, aunque hacía tiempo que el calentón de los aficionados no alcanzaba temperaturas de ignición. Y tampoco es que el técnico asturiano sea un reconocido apagafuegos, más bien alguien con carácter hosco y brotes «piromaniácos» matizados con el paso de los años, eso sí. La nómina de nombres ausentes en la próxima Eurocopa constituye por sí misma un pliego de cargos contra el seleccionador: Sergio Ramos, Iago Aspas, Nacho Fernández, Jesús Navas, Sergio Canales, Pacheco... Peor todavía fueron las explicaciones presuntamente razonadas que nos endosó a los seguidores del equipo nacional como si fueran un dogma de fe y no la trola embaucadora de un telepredicador. Ni el estado físico ni la forma competitiva han pesado en la apuesta por una columna vertebral accesoria en sus equipos y, por tanto, inactiva, o de rendimiento gris, como por ejemplo en la portería. Luis Enrique sentenció: «No es la lista que quería». Ni él ni la mayoría de quienes deseamos los triunfos de España. En cualquier caso, le pagan por elegir y lo ha hecho, aunque se podría haber ahorrado el guantazo a la ilusión de la gente.