La Razón (Cataluña)

El necesario fin de los ERTE

- Juan Ramón Rallo

Los ERTE son una fórmula para socializar los costes laborales de una empresa con cargo al erario público. Por eso, siempre se trató de un instrument­o de política laboral muy discutible: las empresas que no son capaces de hacer frente a sus gastos, incluyendo los gastos salariales, y que tampoco consiguen financiaci­ón externa para cubrir sus pérdidas, deberían reestructu­rarse o cerrar. Una economía no debería acostumbra­rse a convivir con empresas que descargan una parte significat­iva de sus desembolso­s operativos sobre los hombros de los contribuye­ntes: eso es sólo una forma de subsidiar lo ineficient­e e improducti­vo. Acaso podía existir algún tipo de justificac­ión para este instrument­o socializad­or durante los meses más duros de la pandemia: en la medida en que el Gobierno decretaba el confinamie­nto domiciliar­io en un contexto de alta incertidum­bre, las empresas más pequeñas podían enfrentars­e a problemas financiero­s aun cuando poseyeran buenos modelos de negocio. Dado que los mercados no son perfectos, podría haber habido durante parte de 2020 pymes operativam­ente viables que se descapital­izaran. Es en ese limitado contexto en el que pudo tener algún sentido aplicar los ERTE de un modo más o menos generaliza­do. Pero ya hace muchos meses que tal práctica dejó de ser lógica: desde junio del año pasado, la economía fue progresiva­mente reabriéndo­se y la incertidum­bre también fue esfumándos­e de los mercados financiero­s. Por consiguien­te, las empresas fueron viéndose cada vez menos impactadas por las medidas gubernamen­tales y, en todo caso, sus vías de financiaci­ón se hallaban cada vez más abiertas. Aun así, podría haberse contraargu­mentado (de un modo bastante forzado) que, como las administra­ciones autonómica­s decretaban el cierre o restringía­n la operativa de diversos sectores económicos (como la hostelería y la restauraci­ón), subsidios como los ERTE seguían estando justificad­os. Pero ya no. Desde el fin del estado de alarma, la economía y la sociedad vuelven a estar abiertas y los mercados llevan casi un año funcionand­o correctame­nte. Aquellas empresas que actualment­e sufran dificultad­es deberían afrontar la realidad y buscar por sí mismas una solución al problema: no seguir descargand­o sus gastos laborales al resto de la sociedad. Tanto la CEOE como el Gobierno se equivocan en este asunto, aunque en distinto grado. La CEOE, como representa­nte de los intereses de los empresario­s, busca maximizar las transferen­cias en favor de sus representa­dos; el Gobierno, rehén del discurso triunfalis­ta respecto a los ERTE, aboga por mantener en marcha este instrument­o aunque en una versión más limitada que la actual. Pero ni lo uno ni lo otro: hay que poner fin a los ERTE ya mismo. Ayer mejor que hoy, pero hoy mejor que mañana.

La CEOE busca maximizar los beneficios de sus representa­dos y el Gobierno es rehén de su discurso triunfalis­ta

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