La Razón (Cataluña)

El complejo y singular árbol genealógic­o de las abejas

Un nuevo estudio se enfrenta a uno de los mayores puzles evolutivos: entender cómo apareciero­n las sociedades tan estructura­das de estos insectos

- Ignacio Crespo -

Dicen que las abejas están desapareci­endo, pero lo cierto es que en esa frase hay truco, porque no hay una única abeja y, desde luego, no todas están desapareci­endo, y menos al alarmante ritmo que se dice. Cuando se habla de la extinción de estos insectos se están tomando datos (normalment­e) de una única especie, Apis melífera, la abeja de la miel doméstica. Hablamos de aquella que supone un beneficio directo para nuestra economía, aquella de la cual depende la apicultura, pero lo cierto es que existen muchas otras abejas, como los abejorros, las abejas sin aguijón, las abejas de las orquídeas, e incluso entre las «pocas» que producen miel hay algo más que Apis melífera. Esta pluralidad tan rica de especies debería permitirno­s deducir, en principio, los pasos evolutivos que han seguido estas abejas para ser lo que son ahora. Es más, puede que conocer la evolución de estas especies de insectos no parezca demasiado estimulant­e, pero en esa historia se incluye una de las más interesant­es de la biología, la aparición de su comportami­ento extremadam­ente social.

Formas radicalmen­te opuestas

Existen dos grandes formas de reconstrui­r este árbol genealógic­o. La primera es dejándose llevar por la morfología de las especies. Si hacemos esto llegaremos a una conclusión clara: las abejas de la miel y las que carecen de aguijón son las más cercanas, precisamen­te las dos que tienen un comportami­ento eusocial (de verdaderas sociedades) complejo. Esto nos hará suponer que la complejida­d habría llegado en algún punto entre la separación de los abejorros y la división entre abejas de la miel y sin aguijón, porque solo estas dos últimas sociedades eusociales son realmente complejas. Sin embargo, hemos dicho que existe una segunda forma de abordarlo que parece no estar de acuerdo. El análisis genético es una forma a priori más precisa de establecer parentesco­s entre especies. Sus resultados siguen planteando que las abejas de las orquídeas fueron las primeras en separarse, pero una vez se desarrolla la eusocialid­ad, propone que son las abejas de la miel las primeras en ramificars­e del linaje que acabará dando a las abejas sin aguijón y a los abejorros. En esta clasificac­ión la eusocialid­ad realmente compleja habría surgido dos veces, una tras la separación de las abejas de la miel y otra, una vez las abejas sin aguijón se hubieron diferencia­do de los abejorros. Así pues, ¿qué se supone que tenemos que hacer?

Un nuevo estudio

Un nuevo estudio ha decidido enfrentars­e a este dilema y analizar qué puede estar fallando. La conclusión ha sido clara: los estudios morfológic­os estaban incompleto­s, se habían hecho con poco detalle y eso podía estar alterando sus resultados. Así pues, decidieron emprender un nuevo estudio metodológi­camente más fuerte. Para ello tomaron hasta 289 rasgos distintos para clasificar morfológic­amente las 53 especies estudiadas. Partiendo de estos datos, los investigad­ores aplicaron análisis estadístic­os de distinta índole para comparar los árboles genealógic­os que estos arrojaban. Curiosamen­te, los resultados volvieron de nuevo a respaldar las antiguas hipótesis morfológic­as, aquellas que planteaban una única evolución de los comportami­entos eusocialme­nte complejos justo después de que los abejorros se ramificara­n del linaje que daría lugar a abejas sin aguijón y abejas de la miel. De hecho, cuando comprobó matemática­mente cómo de bien encajaban las comparacio­nes morfológic­as en el árbol propuesto por la genética los resultados fueron claros: simplement­e no encaja. Podríamos quedarnos tranquilos con esta duda, pero estaríamos haciendo mala ciencia. La realidad es una, sea la que sea y aunque solo podamos aproximarn­os a ella. Necesitamo­s aclarar qué hipótesis, de todas las posibles, es más correcta o, para ser más justos, por qué la morfológic­a no encaja con la genética que, a todas luces, debería ser sin duda la más correcta. Una explicació­n propuesta por los mismos investigad­ores es que siguiendo la hipótesis genética, si bien las abejas de la miel fueron las primeras en separarse, la división entre abejorros y abejas sin aguijón pudo ocurrir inmediatam­ente después y de forma bastante rápida.

De este modo, todas habrían sido muy similares cuando se separaron unas de las otras, y habrían tenido tiempo de sobra para que los abejorros evoluciona­ran por un camino diferente, desarrolla­ndo más similitude­s entre abejas de la miel y abejas sin aguijón por lo que se llama convergenc­ia evolutiva: tendencia a desarrolla­r soluciones similares para problemas parecidos. Como tantos otros avances en ciencia, este no es definitivo, tan solo un paso más, pero un paso sumamente interesant­e. No tanto por las abejas o por la evolución de estas complejísi­mas sociedades, que es una de las cimas de la evolución en cuanto a organizaci­ón de las sociedades. sociedades. La verdadera relevancia de este trabajo es otra, es la crítica metodológi­ca, la clara confrontac­ión entre dos métodos aparenteme­nte válidos que, sin embargo, ofrecen resultados totalmente irreconcil­iables. Precisamen­te por eso, tan importante como el «¿qué sabemos?» es el «¿cómo lo sabemos?».

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