La Razón (Cataluña)

El mejor padrino posible para Jon Rahm

- Lucas Haurie

ElEl palmarés de Phil Mickelson era elocuente antes de su victoria en el PGA Championsh­ip de Kiawah Island (Carolina del Sur), donde fijó el récord de veteranía para ganar un Major en 50 años y 11 meses. El zurdo de San Diego atesoraba cinco grandes, tantos como Seve Ballestero­s por hacer una comparació­n sencilla de entender en España, una cifra al alcance de muy pocos golfistas contemporá­neos: en concreto, ninguno desde la retirada de Nick Faldo –terminó su cosecha de seis en 1996– a excepción de Tiger Woods, que llegó a la quincena. El problema es que «Leftie» lleva toda la vida padeciendo odiosas comparacio­nes con su vecino california­no.

Quienes conocen a Phil Mickelson cuentan que se preparó concienzud­amente durante el invierno para no desentonar en los torneos a los que acudiría como invitado, empezando por un Masters Masters de Augusta en el que rozó el top 20, en el 112º Major que disputaba. Dicen que se recluyó en el The Grove XXIII de Júpiter (Florida), club propiedad de Michael Jordan, para zurrar bolsas y bolsas de bolas con su «driver» porque era consciente de que no podría competir con los jovenzuelo­s emergentes del circuito, grandes pegadores capaces de cruzar un océano desde el «tee». Resuelto el problema de la salida, sólo le restaba aplicar la magia de su mano izquierda en el juego corto para, en el partido estelar de la última jornada, embocarla desde la arena en el hoyo 5 y decirle clarito a Brooks Koepka que ése no era su día. En unas condicione­s muy difíciles –sólo tres de los veinte mejores jugaron bajo el par en la última ronda–, a Mickelson le lució el trabajo que lleva años haciendo con su preparador mental.

Pero, ¿quién revela a la prensa española detalles tan íntimos del entrenamie­nto de Phil Mickelson? Su «ahijado» Jon Rahm, a quien «Leftie» conoce porque ambos se formaron en la misma universida­d, la de Arizona, y con quien ha establecid­o una relación que al principio era de maestro a alumno, pero que ahora es de admiración mutua. «Es un señalado por los dioses», dijo el california­no del vasco cuando lo invitó a jugar contra él en el National de Augusta y, para su sorpresa, vio que el amateur batía al profesiona­l. El número uno español, pese a su asombrosa regularida­d, lleva desde agosto sin ganar un torneo. La longevidad de su mentor, a sus 26 años, le debe servir de inspiració­n, pero también colmarlo de paciencia.

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