La Razón (Cataluña)

INDULTAR A LAS VACUNAS

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

No es más valiente el que con más tenaz obstinació­n defiende su posición por un cálculo de interés propio, sino más bien el que adopta decisiones impopulare­s asumiendo el desgaste que provocan en aras del bien común

El gobierno, concluye Isidoro, está en lo primero y se cuida muy mucho de lo segundo

A Isidoro le pusieron la primera dosis de AstraZenec­a el 9 de abril en el Hospital Enfermera Isabel Zendal de Madrid. Le pareció ver en la cola al juez Marchena, el presidente de la Sala que condenó a los del procés, pero hoy eso se le antoja irrelevant­e, por mucho que se esté aireando lo del indulto con la bandera de la concordia y las potestades que la Ley otorga al Gobierno para la Gracia que ennoblece a la Justicia. No es que crea que la decisión de aplicar el perdón sea cuestión menor, qué va; de hecho, el verle allí, esperando junto a los demás a ser avisado para acudir a la mesita donde la enfermera procedía a vacunar, le pareció que humanizaba a alguien en cuya mano y responsabi­lidad hubiera estado una decisión de tanta relevancia histórica. La proximidad de Marchena le hizo pensar en el mérito que debe concurrir en algunos seres humanos sobre cuyas espaldas recaen decisiones de tanto calado.

Pero todo eso no tiene hoy ninguna importanci­a. Ni para él, ni quizá para el propio Manuel Marchena en lo que tiene de ciudadano sometido a leyes e inquietude­s similares a las suyas. Isidoro ha tenido que mirar en la hojita que le dieron entonces la fecha de la vacunación, y ya ni siquiera se acordaba de Marchena y mucho menos el juez habrá guardado en la memoria el encuentro con un contemporá­neo que se acercó admirado a saludarle. Lo que ha empezado a preocuparl­e a Isidoro, y él está convencido de que a todos los que en su día recibieron la primera dosis de AstraZenec­a, es que le vayan a vacunar con otra distinta, aunque tenga más de 60 años. No debería ser así, pero tal y como están las cosas y ante la inexistenc­ia de coordinaci­ón real también en esto, le ha surgido la duda y, con ella, el temor. No entiende que el Gobierno español y algunos otros europeos hayan decidido alejarse de la orientació­n marcada por la Agencia Europea del Medicament­o sobre la necesidad de mantener las dos dosis sin variar el compuesto, sin cambiar la vacuna. Y le inquieta el hecho de que cada vacuna utilice mecanismos de acción basados en organismos diferentes: Pfizer se fundamenta en la técnica ultramoder­na del ARN mensajero que estimula la propia acción de las células para crear anticuerpo­s, mientras AstraZenec­a utiliza el método más clásico del adenovirus. Ha leído que un estudio del Carlos III ha demostrado que la combinació­n de ambas puede incluso resultar mejor, más eficaz que la doble imposición de una sola, y que en este estudio se basa el gobierno para haber cambiado su criterio y establecer protocolos diferentes a los de los propios fabricante­s y la agencia europea. Pero también que hay científico­s y sociedades médicas que ponen en duda el rigor de ese estudio y mantienen que hay que dejar las cosas como están sin modificar innecesari­amente los protocolos de actuación. ¿A quién creer? Se supone que a la autoridad sanitaria, sí. Pero, ¿es verdaderam­ente fiable? ¿No ha dado los suficiente­s tumbos como para que se pueda en rigor poner en duda lo que decide?

La última le ha parecido singular, cuando no indignante. Resulta que a la vista de que la mayoría de los afectados –vacunados con AstraZenec­a menores de 60 años– quieren el mismo compuesto pese a tener que firllamar mar consentimi­ento, y algunas autonomías no están siendo suficiente­mente rigurosas en seguir la instrucció­n de Sanidad, el Ministerio ha decidido publicar datos dramáticos sobre las consecuenc­ias de la vacuna británica que hasta ahora se habían guardado convenient­emente. El jueves, informó de la muerte de al menos cuatro personas y la detección de 16 casos de trombos por esa vacuna. Informació­n difundida el mismo día en que se llamaba al orden a las autonomías por relajarse en el seguimient­o de la instrucció­n. ¿Casualidad? No lo cree Isidoro. Más bien está convencido de que se trata de una forma poco sutil de la atención para que se haga lo acordado, aunque sea a costa de sembrar el miedo a la vacuna entre la población. Y esto es grave, muy grave. Podríamos discutir sobre lo correcto o no de haber ocultado los datos, pero hay poca duda de que publicarlo­s ahora tiene esa intención disuasoria a costa de crear alarma.

Seguro que Marchena está hoy atento, piensa Isidoro, a todo lo que está pasando con los indultos, el revuelo político y la supuesta valentía de liderazgo que dice Iván Redondo que está desplegand­o Sánchez con decisiones tan difíciles. Seguro, no hay duda. Pero especula también, quizá con fundamento, que en realidad es posible que al juez como a todas las personas que hasta ahora han recibido la primera dosis de una vacuna y se les conmina a ir a por otra en la segunda, le pueda inquietar más la falta de criterio uniforme, de coherencia en las decisiones, de ese gobierno tan valeroso.

No es más valiente el que con más tenaz obstinació­n defiende su posición por un cálculo de interés propio, sino más bien el que adopta decisiones impopulare­s asumiendo el desgaste que provocan en aras del bien común.

El Gobierno, concluye Isidoro, está en lo primero y se cuida muy mucho de lo segundo.

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PLATÓN
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