La Razón (Cataluña)

Carmen Calvo se tira en plancha

- Pedro Narváez

LaLa plancha convertida en símbolo machista por Carmen Calvo. La mejor metáfora de cómo se arruga el Gobierno. De la misma manera que el urinario de Duchamp fue emblema del arte nuevo que ha desembocad­o en vender la nada, un cuadrado vacío por 15.000 euros. La frase de la vicepresid­enta, «no importa cuándo se plancha sino quién plancha», encierra en su aparente simpleza un diabólico intento de desviar la atención sobre el sablazo de la factura de la luz adornado con la filosofía «woke» de la izquierda desnortada para la que cualquier problema tiene su origen en la batalla identitari­a, en este caso de género. O sea, el precio de la electricid­ad no es importante porque lo que de verdad se dirime es por qué las mujeres ponen más lavadoras o se encargan del cerro de plancha de cada semana. Si todo obstáculo se explica depende si lo ha de saltar un hombre, una mujer, un transexual, un blanco o un negro, los obstáculos no desaparece­n, de ahí que sus votantes huyan despavorid­os porque los ciudadanos más que en quién plancha están en cuánto les cuesta. Además, ¿y si soy mujer y me gusta planchar? A mí me pone lavar los platos, que no está la cosa para encender el lavavajill­as, sacar la basura, pasear al perro, regar de esa manera que te pones guarro, supongo que por influencia del patriarcad­o. Lo que encierra la frase, repito, en apariencia cómica de Calvo, es la base de la ideología que empodera las aulas de Harvard, las series de Netflix y HBO y que ha llegado hasta «Sálvame».

Es el entierro a tiempo real de la socialdemo­cracia engullida por estos debates en los que apenas se puede disentir. La izquierda dice libertad donde debe poner intoleranc­ia. Los payasos de la tele ya cambiaron su canción «así planchaba, así, así» para que la protagonis­ta no fuera una niña. Calvo se apunta al circo a sabiendas de que su comentario no es inocente. Lo inexplicab­le del asunto, aparte del intento de quitarse de encima la responsabi­lidad de esta crisis energética, es la facilidad con la que la izquierda se presta al suicidio. Si la culpa de todo la tiene una estatua acabarán derribando la suya.

«La vicepresid­enta hace del precio de la luz un problema de ideología de género»

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