La Razón (Cataluña)

Las minas que pueden arrastrar a Perú al socialismo

La región de Cajamarca, una de las más pobres del país pese a su riqueza en oro, es la cuna del izquierdis­ta Pedro Castillo

- POR CARLOS VÁZQUEZ

«¿Cómo puede ser que estos señores sigan sacando oro, y la carretera esté sin asfaltar?», se pregunta María Elba En Cajamarca los efectos de la prosperida­d y del crecimient­o económico que cantan las estadístic­as de Perú no se han notado

La economía peruana ha sido en los últimos años una de las más dinámicas de América Latina, y sus cifras de crecimient­o, envidiadas por muchos en la región. Pero en Cajamarca los efectos de la prosperida­d que canta la estadístic­a no se han notado. Rodando por las infames carreteras de este departamen­to montañoso al norte del país andino, pareciera que el progreso pasó de largo por aquí. Cajamarca es uno de los departamen­tos más pobres de Perú y, probableme­nte no por casualidad, la cuna de Pedro Castillo, el maestro de escuela que, para sorpresa de casi todos, se disputa este domingo la presidenci­a de Perú con Keiko Fujimori en una elección que se presenta extremadam­ente igualada.

Cuando el sorprenden­te Castillo resultó el candidato más votado en la primera vuelta, era tan poco conocido que muchos medios de comunicaci­ón no encontraro­n fotos suyas para ilustrar sus informacio­nes. Pero en Cajamarca lo conocen bien. Y, mientras la campaña de Fujimori y muchas otras voces del Perú urbano alertan de que sus ideas marxistas podrían llevar al país a repetir la ominosa experienci­a de la Venezuela chavista, aquí su figura no despierta tanto recelo. «Dicen que si gana él acabaremos como Venezuela, pero no creo que sea para tanto», comenta Osvaldo Torres, al volante del taxi con el que se gana la vida.

En la monumental Plaza de Armas de la ciudad de Cajamarca, flanqueada por la Catedral y la Iglesia de San Francisco, hermosos hitos del legado hispánico, el visitante no sospecha los problemas sociales y medioambie­ntales que atraviesan a esta comunidad y que han llevado a muchos aquí a pensar que las ideas de Castillo quizá no sean tan descabella­das. Desde este lugar se divisan las cumbres en las que multinacio­nales mineras extraen el oro y otros valiosos minerales que abundan en las cimas andinas. En el cerro Quilish, a más de 3.500 metros de altitud, el activista Juan Chillón afirma: «Los proyectos mineros han ocasionado graves daños a la ciudad de Cajamarca, ya que de aquí sale el agua que se envía a la ciudad y ahora está contaminad­a». Grupos de activistas y las comunidade­s indígenas que habitan estas montañas hace siglos llevan años protestand­o porque, a su juicio, las empresas extraen las riquezas sin respetar el medio ambiente. «Ni siquiera pagan impuestos de una manera justa; desde aquí sacan el oro que se envía a todas partes del mundo y las comunidade­s de Cajamarca seguimos viviendo en la miseria», se queja Chillón, que en las últimas elecciones compitió sin éxito por un escaño en el Congreso en una alianza de partidos de izquierda.

El conflicto en torno a la minería vertebra el debate político en esta región. No son pocos los que creen que las cosas han cambiado poco desde la época de la colonia, cuando los españoles sacaban de las tripas de las montañas de Cuzco toneladas de oro y azogue que después embarcaban en el puerto del Callao sin que los lugareños se beneficiar­an en nada de tan lucrativo comercio.

Quizá por eso las propuestas del candidato Castillo, que promete una «recuperaci­ón» de las riquezas nacionales, que ponen los pelos de punta a muchos en Lima, aquí son vistas como razonables y viables. El «No al comunismo» que Fujimori ha elegido como uno de sus lemas de campaña tienen aquí menos eco que en otros lugares de Perú. Sin embargo, los paralelism­os resultan inquietant­es. Como Hugo Chávez en la Venezuela de 1998, Castillo ha tenido como bandera de su campaña la promesa de una nueva Constituci­ón. Y el catastrófi­co resultado de la política de expropiaci­ones y nacionaliz­aciones aplicada durante años por el chavismo en Venezuela desembocar­on en un colapso de la industria nacional que se llevó por delante incluso la renta petrolera, hoy en mínimos históricos. Muchos observador­es se erizan ante la posibilida­d de que un Perú con Castillo repitiera esos errores. «La principal amenaza para la estabilida­d de una victoria del Castillo sería para el desempeño económico», concede desde Lima Hernán Chaparro, director del Instituto de Estudios Peruanos, una de las principale­s encuestado­ras del país.

Pese a todo, la caracteriz­ación de Castillo como un peligroso extremista vinculado al terrorismo de Sendero Luminoso que ha alentado la candidatur­a de Fujimori para remontar en las encuestas no le encaja a quienes lo conocen hace tiempo. «Pedro es un hombre sencillo, un hombre del pueblo que siempre ha estado dedicado a sus alumnos y a su chacra», cuenta la docente Violeta Vázquez, compañera del candidato en la modesta escuela en la que ambos impartían clases en Tacabamba, una pequeña y aislada localidad de la sierra.

Para el analista Chaparro, la posibilida­d de que un Castillo presidente arrastre a Perú por la senda del autoritari­smo es mucho más remota que la de una errada política económica y se explica solo por «la pobreza intelectua­l del centro-derecha en este país». «Castillo produce un legÍtimo temor», sostiene el periodista César Hildebrand­t. Y matiza: «Pero de Castillo podemos deshacerno­s con relativa rapidez. El Congreso evitará sus posibles desmanes, el Tribunal Constituci­onal hará lo suyo, la prensa cumplirá su papel y no habrá el temor de que sea comprada o extorsiona­da».

En los despachos limeños la confianza en las institucio­nes peruanas es siempre mayor que en parajes como el cerro Quilish, donde la multinacio­nal estadounid­ense Newmont explota Yanacocha, la mayor mina de oro de Sudamérica. A otra escala industrial y tecnológic­a, gigantes como Newmont han ocupado el lugar del imperio español como extractore­s de las riquezas peruanas.

La estampa de Yanacocha impresiona. Años de trabajo y mordiscos a la roca en busca de las preciadas vetas han perfilado sus laderas como una inmensa cascada de colores y estratos que recuerda en versión empinada a la sucesión de colores de los campos de Castilla. Se trata de una obra de ingeniería y un negocio colosales, y no hay perspectiv­as de que vaya a cerrar a corto plazo. Menos ahora, cuando ambos candidatos prometen generosas ayudas a los peruanos para mitigar los estragos económicos de la pandemia del coronaviru­s y el repunte de los precios de las materias primas en los mercados internacio­nales hace de su riqueza minera una de las más probables fuentes de ingresos para el Tesoro peruano.

El temor para muchos aquí es que una nueva fiebre del oro perpetúe el «expolio» que muchos cajamarqui­nos creen sufrir como agravio histórico. «¿Cómo puede ser que estos señores sigan sacando oro y más oro, y la carretera siga sin asfaltar?», se pregunta la campesina María Elba Tarrillo. Ella lo tiene claro. Por cosas como esa votará por Castillo, su vecino al que conoce desde niño. Pero son 25 millones los peruanos llamados a las urnas. Solo Lima concentra casi un cuarto del censo electoral. Y Cajamarca queda muy lejos de Lima. Quizá muy lejos de todas partes.

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