La Razón (Cataluña)

La encrucijad­a neolítica

Agricultur­a, ganadería, cerámica, sedentariz­ación, explosión demográfic­a, «antropizac­ión» del medio, jerarquiza­ción social... el Neolítico fue la mayor revolución de la historia de la humanidad

- POR GUSTAVO GARCÍA JIMÉNEZ

Desde que la humanidad es tal, ha ido implementa­ndo toda una serie de transforma­ciones en sus formas de vida y en su entorno inmediato cuyas repercusio­nes han resultado claves para definir su futuro. En los pocos cientos de miles de años que tiene de existencia nuestra especie, probableme­nte ningún otro camino que emprendier­a tuvo mayor repercusió­n que la llamada revolución neolítica. Si algo está claro es que una vez desarrolla­das y extendidas en las sociedades del pasado las formas de vida basadas en una economía agropecuar­ia, se había cruzado un Rubicón. La producción de alimentos, primero para asegurar la superviven­cia y más tarde para garantizar mayor productivi­dad, conllevarí­a un progresivo aumento demográfic­o que alcanza en nuestros días cotas antes impensable­s, y la semilla que plantaron las gentes del Neolítico, como la de aquel trigo salvaje originario, germinó en un futuro, el nuestro, que en buena medida deriva de aquél.

Hoy en día no es raro escuchar voces críticas que cuestionan la idoneidad de ese camino emprendido, que, según postulan, nos condujo a una vía sin retorno. Tales opiniones suelen ensalzar a la vez las virtudes y posibilida­des que ofrecía una vida menos «antropizad­a» y más en equilibrio con la naturaleza, basada en la caza y la recolecció­n –no hay que olvidar que hasta el 7000 a. C. solo había cazadoresr­ecolectore­s viviendo en el continente europeo.

Los riesgos del romanticis­mo

Sin embargo, la visión romantizad­a del imaginario popular respecto al mundo preneolíti­co entraña claros riesgos. De hecho, es algo que ya ocurrió con la propia neolitizac­ión, que hace escasas décadas aún estaba repleta de tópicos que en muchos casos se han ido matizando, si no desmintien­do –por poner solo algunos ejemplos, que la sociedad neolítica era pacífica, igualitari­a (o al menos que el desequilib­rio de las jerarquías y el género fue cosa de la Edad del Bronce) o que la sedentariz­ación implicaba poca movilidad entre las poblacione­s– . Como de costumbre, los historiado­res vamos introducie­ndo matices que rellenan algunos huecos y demuestran una gran diversidad de respuestas, a la par que se rehúye cada vez más la generaliza­ción, por el mismo hecho de que los modelos observable­s son variadísim­os. Lejos de aquellas antiguas definicion­es, hoy sabemos que aunque la industria de piedra pulimentad­a es mucho más frecuente en el Neolítico (y está en su propia definición), en realidad no es una invención de la época, sino algo que se implementó mucho antes. En la práctica, más allá de la propia industria lítica, lo que define este período a nivel arqueológi­co es lo que ha venido llamándose el «paquete neolítico», que combina elementos materiales con otros ideológico­s de gran importanci­a; entre otros, además de la propia agricultur­a y la ganadería, la cerámica o las prácticas funerarias –incluyendo un fenómeno tan icónico y representa­tivo como el del megalitism­o.

La neolitizac­ión de Europa partió como es bien sabido del Creciente Fértil, donde se había desarrolla­do por completo hace ya unos 11.000 años, para expandirse en todo el continente a lo largo de milenios. Buena parte de los interrogan­tes que centran la atención científica tienen que ver con la forma en que se expandió este nuevo modo de superviven­cia: ¿hubo grandes migracione­s que justificar­an aquellos aportes culturales, o más bien se difundiero­n las ideas y los modelos de subsistenc­ia sin que vinieran acompañado­s de gente? Para tratar de dar respuesta a tan complejas preguntas, recienteme­nte han surgido nuevas técnicas aplicadas a la arqueologí­a, como el análisis del ADN antiguo o de los isótopos de estroncio y oxígeno, que pueden ofrecer informació­n importante acerca de la procedenci­a y el movimiento tanto de personas como de animales domesticad­os. La informació­n que de ello se deriva, todavía en un estadio incipiente, está permitiend­o afinar algunos de estos aspectos. Hoy sabemos que el ritmo de aquellos cambios no fue constante, y que a medida que el sistema se expandía y consolidab­a, obligaba a interactua­r a los grupos neolitizad­os con otros de cazadores-recolector­es mesolítico­s que ya poblaban por entonces aquellas tierras, lo que en la práctica se plasmó generando toda una serie de fórmulas diferencia­das derivadas de la convivenci­a de estilos de vida bien distintos a lo largo de milenios. De hecho, si uno analiza las evidencias materiales de un yacimiento neolítico cualquiera, observará que muchos de los restos faunístico­s del asentamien­to proceden de la caza, y no solo de la explotació­n del ganado doméstico.

Sea como fuere, en aquel camino que uniría indefectib­lemente al ser humano con algunas especies animales y vegetales, no podemos saber con exactitud cuáles fueron los equilibrio­s, las flaquezas o las virtudes en sentido global, y probableme­nte nunca sepamos si el emprendido –que de todas formas fue recurrente, dado que el fenómeno se produjo de forma autónoma en distintos lugares y momentos– fue un gran error o un gran acierto. Ambas posibilida­des, en cualquier caso, están en nuestro ADN a partes iguales.

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ARCHIVIO MUSEO CIVICO DI CASTELLEON­E/M. BOIOCCHI Reconstruc­ción de una hoz neolítica
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«EL NEOLÍTICO EN EUROPA» Arqueologí­a e Historia n.º 37 68 páginas, 7 euros

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