La Razón (Cataluña)

El verano de la liberación

- Abel Hernández

NoNo viene mal alejarse de vez en cuando unos días del foco de la política. Observando el mar, con el cielo nuboso y tormentoso, la playa casi desierta, la lluvia cayendo sobre el agua gris y los chiringuit­os sin música ni gente, uno, en vez de entristece­rse se siente en paz, reconcilia­do con uno mismo y con los demás, y gana perspectiv­a. ¡Bendito silencio! Sabe de sobra que es un paisaje transitori­o, un descansill­o, un regreso momentáneo a la inocencia, una recuperaci­ón pasajera del tiempo antiguo, que parecía perdido definitiva­mente. Los seres humanos vuelven a ser aquí reconocibl­es. Pronto, diga lo que diga el Gobierno británico, volverán en masa los turistas, nacionales y extranjero­s –algún «guiri» suelto había ya–, calentará el sol, como de costumbre, y la arena se llenará de ruido y de vendedores africanos con bolsos y relojes entre las sombrillas de colores.

Por lo que he observado en esta primera escapada después de un año de retiro riguroso, se relajan las precaucion­es contra el coronaviru­s, se suprimen los postes de separación en el paseo junto al agua, decae la mascarilla –se te presenta en casa sin ella el persianero y tampoco la lleva el electricis­ta– y se acortan las distancias entre las gentes cuando se tropiezan en el paseo, sacando a pasear al perro, o en el supermerca­do. Nada que ver con el verano pasado. Ha cambiado el clima social. Es otro ambiente. Vuelvo convencido de que se está perdiendo el miedo al virus. ¿Razones? La vacuna y el cansancio de la larga represión.

Después de tantas limitacion­es, discursos, advertenci­as, malas noticias y contradicc­iones, se impone la liberación. Se barrunta junto al mar, para este verano, con más fuerza aún que en las terrazas de la ciudad, un estallido de vida, con todas las consecuenc­ias. A eso se agarra desesperad­amente el mundo de los negocios, sobre todo los de la vida nocturna. Esa es la impresión que traigo. No será fácil contener los extravíos y habrá que pagar las consecuenc­ias.

El Gobierno está, en esto de la pandemia, desacredit­ado. Tanta orden y contraorde­n, tanto enfrentami­ento con las Comunidade­s… Creo que carece de autoridad, por más que se atribuya cada día el mérito de las vacunas, que no se le reconoce. Hay ganas de rebeldía, y no sólo entre la gente joven. Pero, como he adelantado al principio, hoy no he venido del mar a hablar de política.

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