La Razón (Cataluña)

Puertas del campo

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La pandemia, con su implacable indiferenc­ia biológica, está subrayando como rotulador fluorescen­te facetas de nuestra vida que se encontraba­n en segundo plano. Una de ellas es las dos direccione­s que genera todo flujo migratorio. La suspensión por segundo año del operativo de paso del Estrecho por iniciativa del Gobierno marroquí lo pone de relieve. Los inmigrante­s magrebíes que quieran pasar en su país de origen sus vacaciones tendrán que viajar desde Francia o Italia. Ya se dio la misma situación el año pasado por razones sanitarias. El perjuicio de esa paralizaci­ón era ya entonces extenso, tanto del viajero como de los pequeños negocios y servicios que viven en torno a esos ciclos de desplazami­entos. Los españolesf­uimosrecie­ntemente protagonis­tas de migracione­s y casi todos tenemos un padre, un abuelo, un ancestro, que volvía cada año, durante las vacaciones, al pueblo de donde había salido en su juventud. Pese a ello, tendemos a olvidar que el comercio y la industria parten principalm­ente de una red de afectos: quiero hacer esto y no lo otro, quiero y deseo tal producto o servicio. Discutimos si la emigración es buena o mala, cuando es inevitable. No significa que no tenga que ser regulada. La expresión popular suele decir que no se pueden poner puertas al campo, pero la realidad contradice el dicho. La historia de la civilizaci­ón llenó el campo de puertas ordenándol­o, para bien o para mal, a la vez que mejoraba la habitabili­dad de los interiores. Son matemática­s demográfic­as y sociales. Comprobar como se solapan, tanto el adolescent­e magrebí que quiere ingresar en Europa a través de Melilla, como el padre que, desde su contrato de trabajo europeo, viaja a su lugar de origen, puede servirnos para aceptar las diferentes facetas complement­arias de la migración. Y darnos cuenta del peso en nuestras economías de la red de servicios mutuos que en torno a esos flujos se van creado.

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