La burbuja de las mascarillas «made in Spain» se deshincha
El sector creció de forma fulgurante en 2020 y ahora ha quedado reducido a la mitad
A España, la irrupción del coronavirus le pilló sin mascarillas y sin capacidad para producirlas. Apenas había una fábrica en el país dedicada a la producción de estos equipos en marzo del año pasado. Cuando la Covid-19 empezó a campar a sus anchas por el mundo y la necesidad de estos equipos de protección se hizo imperiosa, hubo que mirar el sureste asiático para abastecer de urgencia la demanda que llegó en forma de avalancha. Pero en pocos meses, el llamamiento de las autoridades españolas para levantar una industria surtió efecto. En junio de 2020 ya había alrededor de un centenar de fábricas, según las estimaciones de Oesp, la Asociación Española de Fabricantes de Mascarillas, Batas y Epis, de la que forman parte 15 compañías como Mascarillas Béjar, Pi Medical, Lauwood o Euromascarillas. Pero menos de un año después, esta patronal calcula que deben quedar operativas unas 40 dedicadas a la fabricación de mascarillas quirúrgicas. Por el camino se han ido quedando las más pequeñas. Pero las cosas tampoco pintan fáciles para las grandes, con un consumo que se presupone a la baja a medida que la pandemia remita y la feroz competencia asiática expulsando a muchos del mercado.
Asia, el «enemigo» a batir
Los competidores orientales son, a día de hoy, el principal problema para la industria nacional de las mascarillas. Como explica Francisco Sánchez, director de operaciones de Pi Medical y presidente de Oesp, «el sudeste asiático tiene una estrategia de expulsión de la competencia. Es imposible competir con ellos porque las condiciones de fabricación son muy diferentes», añade. Las mascarillas que llegan de países como China, admite Sánchez, vienen con toda la documentación en regla –aunque también se han detectado muchos casos de certificados falsos, advierte–. El problema es, según asegura, que no se sabe qué hay detrás de ese papel, en que condiciones y con qué calidades se fabrican esas mascarillas. Y luego, añade, se descubre que muchas de ellas no reúnen los requisitos de calidad que se les piden a los fabricantes españoles y que encarecen sus costes de producción. «A nosotros se nos exige una licencia de fabricación, tener un sala limpia –no contaminada– para producir, un protocolo con el procedimiento de limpieza, el currículo de nuestro técnico sanitario...», enumera Sánchez, que desconoce las condiciones de producción en otros países y que pide por ello a las autoridades españolas más control para que las reglas del juego sean iguales.
El presidente de Oesp asegura que la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios ha lanzado decenas de alertas sobre mascarillas procedentes de Asia que han tenido que ser retiradas del mercado porque, en muchos casos, no protegen. Pero, eso sí, son más baratas. Un paquete de diez mascarillas fabricadas en España puede costar 1,5 euros, por el euro o 1,2 euros de uno chino. «¿Merece la pena jugársela por esta diferencia de precios?», se pregunta Sánchez.
Perspectiva de futuro
Pero la competencia no es el único problema al que se enfrentan las mascarillas «made in Spain» en el corto y medio plazo para su supervivencia. El uso obligatorio de esta protección está permitiendo ahora dar salida a la producción –la capacidad instalada es de 300 millones al mes–. Pero, ¿qué ocurrirá cuando la pandemia remita y su uso deje de ser obligatorio? Sánchez lo tiene claro: que la industria, pese a todo, tendrá que seguir en pie. Por dos razones, explica. La primera, porque
Los fabricantes achacan a la competencia asiática la situación porque es «imposible competir con ellos en costes»
Creen que la industria debe seguir en pie por lo que pueda ocurrir y piden que las reglas del juego se igualen para todos
porque «es necesaria para que, en caso de que se repita una situación como ésta, tengas los medios necesarios para proteger a tu población y no dependas de otros países». No se trata tanto de tener una reserva estratégica como la capacidad de producción, precisa Sánchez. Porque, como recuerda, son diversas las advertencias de los expertos de que no sería tan extraño que se volviera a repetir otra pandemia como la actual.
Para la Oesp, también es evidente que las mascarillas han llegado para quedarse. «Antes de todo esto, una persona alérgica podía tener vergüenza de ponerse una mascarilla para salir a la calle». Pero eso, asegura, ha cambiado. «En el futuro, habrá situaciones en las que no te apetecerá ir sin mascarilla. Por ejemplo, cuando visites un hospital, después de lo que ha pasado, preferirás llevarla», añade. Un reciente estudio, de hecho, apunta en esta dirección. Siete de cada 10 españoles afirman que seguirán utilizándola en ocasiones o situaciones concretas, pese a que ya no sea necesario, según asegura el informe «Un año de COVID-19 (III): Hábitos sobre el uso de la mascarilla», impulsado por la distribuidora farmacéutica Cofares.
Pero para posibilitar que sea la industria nacional la que abastezca al país, o al menos que tenga la oportunidad de hacerlo, esta patronal considera que es necesario que las reglas del juego sean iguales para todos, los de aquí y los de Asia. Que se exijan los mismos estándares de calidad y garantías de fabricación para que no se repita ahora el «dumping textil» de 2005 tras la liberalización del sector que arrasó a buena parte de esta industria española. Y para eso, asegura la Oesp, es necesaria la implicación del Gobierno. «Si no, si se repite una situación como la que estamos viviendo y hay otra llamada a los empresarios para que empiecen a fabricar, nadie acudirá», advierte Sánchez.