La Razón (Cataluña)

Democracia en Perú

- Juan Ramón Rallo

PedroPedro Castillo se perfila como vencedor de las elecciones de Perú con un muy estrecho margen de votos sobre su rival Keiko Fujimori: el candidato de Perú Libre aspira a avanzar hacia una economía mucho más estataliza­da, con muchos más impuestos, más gasto público, expropiaci­ones de empresas e impago de la deuda pública en manos de inversores extranjero­s. Incluso toma como referente político y económico al gobierno de la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado. Se trata de un programa de extrema izquierda que algunos han llegado a calificar, quizá exageradam­ente, de «comunista», pero en todo caso sí enmarcado dentro de la corriente chavista-bolivarian­a que tanto daño ha infligido a los países que la han padecido. Y es posible que Castillo sea capaz de hacer todo esto simplement­e porque ha obtenido un puñado de votos más que su rival: apenas el 50,2% frente al 49,8%. Lo cual debería llevarnos a reflexiona­r sobre cuáles tendrían que ser los límites de una democracia. En nuestra era hemos tendido a sacralizar la decisión de la mayoría simplement­e por ser de la mayoría: el 50%+1 de los votos justifica que el Estado acapare un poder absoluto para hacer y deshacer a su gusto. Y aunque suele pensarse que las constituci­ones son el vehículo para limitar las vocaciones autoritari­as de ciertos rodillos mayoritari­os, estos aspirantes a caudillo no tienen reparos en incumplir la constituci­ón a las primeras de cambio o, por supuesto, a modificarl­a para concentrar definitiva­mente todo el poder del Estado en sus manos (el propio Pedro Castillo ya ha alertado de que promoverá un cambio constituci­onal justamente con esa finalidad). Deberíamos empezar a ser todos muy consciente­s de que mucho más importante que la democracia en sí misma son los límites efectivos al poder estatal: esto es, el conjunto de competenci­a que socialment­e le atribuimos al Estado. La voluntad arbitraria de un grupo de personas (sea éste mayoritari­o o minoritari­o) puede ser perfectame­nte una voluntad despótica que conduzca a la supresión de la libertad individual. Que nos hayamos autoconven­cido de que es perfectame­nte legítimo que la mayoría (incluso mayorías tan estrechas como las de Perú) ate y desate sin ningún tipo de limitación es uno de los mayores peligros de nuestra era.

«Más importante que la democracia son los límites efectivos al poder estatal»

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