La Razón (Cataluña)

El sentido de una manifestac­ión

- José María Marco

«El único arranque de una gestión racional es el consenso de los partidos nacionales»

«Afectos»,«Afectos», «amor», «sufrimient­o», «empatía», «alivio» o, en un registro un poco más ramplón, «coser» y «desinflama­r»… Son algunas de las expresione­s que el separatism­o catalán ha puesto en circulació­n, con un éxito notable en estos tiempos en los que la comunicaci­ón sustituye a la política y las emociones a la inteligenc­ia. Ni qué decir tiene que detrás hay un cálculo gélido, como el que lleva a señalar en público a los estudiante­s que se empeñan en optar por hacer la EBAU, antigua Selectivid­ad, en castellano. Dentro de pocos años les obligarán, si es que queda alguno, a llevar un distintivo. No vayan a contaminar a los catalanes auténticos.

Por parte de los nacionalis­tas catalanes de ERC, la rebaja en las exigencias formulada por su líder a medias palabras, constata el fracaso del «procés». No el fracaso del ideal separatist­a. Entre los muchos implícitos del texto está el de que el «procés», liderado por sus socios y rivales de JXC, ha venido a detener la nacionaliz­ación de Cataluña, en marcha –sin disimulo alguno– desde los tiempos de Pujol. La excelente disposició­n de Sánchez y el social podemismo ofrece una inmejorabl­e oportunida­d de continuar esa nacionaliz­ación sin grandes sobresalto­s –Prat de la Riba siempre aconsejó la paciencia–, a la espera de conseguir una mayoría independen­tista en Cataluña. Mientras tanto, continuará­n las presiones sobre la población no nacionalis­ta, desamparad­a por un Estado que acepta «aliviado» aplazar su desmantela­miento final.

Para Sánchez y el social podemismo, lo del «desmantela­miento» no tiene un significad­o tan claro. Tal vez siga soñando con el momento en el que los nacionalis­tas acepten «encajarse» en una nueva España, algo desmentido una y otra vez en 1917, en 1931, en 1934, entre 1936 y 1939, y –por no hablar del Programa 2000, de 1990–desde 2012 hasta ahora, con el momento cumbre del 2017. O quizá a lo único que aspira Sánchez es a llegar al final de la legislatur­a y, con algo de suerte, repetir una mayoría mínima. Así podría continuar en La Moncloa con la idea de que las naciones –la española, un fracaso que acabará disuelto en «Europa», pero también la catalana– acaben desparecie­ndo del panorama político.

Todos sabemos que el único arranque de una gestión racional del asunto es el consenso de los partidos nacionales. Claro que aquí hubo otro error de cálculo, similar al que los social podemitas hacen con los nacionalis­tas, error que en su momento hizo la derecha: consistió en suponer que el socialismo iba a aceptar un acuerdo de esa índole, que lo compromete­ría con la superviven­cia de la nación constituci­onal española… El asunto, como se ve, tiene difícil solución. Justamente, ese es el sentido de la manifestac­ión del domingo en Colón: afirmar que a pesar de todo, la idea de España sigue vigente en el espíritu de los españoles, también en los de Cataluña y de otros territorio­s ya casi del todo nacionaliz­ados. Visto lo que está en juego, las ausencias y la falta de entendimie­nto político de quienes participen en ella resultan lamentable­s. Casi, por recurrir al lenguaje sentimenta­l, desgarrado­ras.

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