La Razón (Cataluña)

Una fusión por absorción

- José Antonio Vera

Lo de Granada es una crisis local, pero a poco que se tuerza puede acabar siendo nacional. Focalizado el problema, no deja de ser una réplica de lo que ocurre en tantas ciudades. Desavenenc­ias, enfrentami­entos personales, rencillas partidaria­s. Pero aquí hay mar de fondo. Y un temor reconocido a que se desencaden­e un efecto dominó que acabe con las alianzas que aún persisten entre PP y Cs. Que no son pocas. Principalm­ente en Andalucía y Castilla y León, y en las alcaldías de Madrid y Málaga.

Vistas las declaracio­nes de unos y otros, parece como si todos tuvieran razón. El alcalde arguye que se trata de una operación delPP para eliminar cualquier atisbo de poder territoria­l de Cs. El líder del partido de Casado, por el contrario, asegura que había un pacto no escrito para que, a los dos años, la formación naranja traspasara la alcaldía a los azules. Ambos parecen tener razón. Probableme­nte los dos mienten.

La realidad es que las relaciones PP-Cs no mejoran. No estamos ante el caso de Murcia ni menos aún en el escenario pasado de enfrentami­ento total de Ayuso con Aguado. Pero los recelos persisten y las desconfian­zas crecen a medida que nos acercamos a nuevos horizontes electorale­s.

En buena lógica, y dados los resultados de Arrimadas en Madrid y Cataluña, no se debería descartar una suerte de coalición que sería en realidad una fusión por absorción. En eso trabaja desde su despacho en Génova el ex naranja Hervías, hombre próximo a Rivera que mueve los hilos para socavar el poder territoria­l de su antiguo partido en beneficio del PP.

No parece previsible que el movimiento sísmico de Granada pueda tener repercusió­n en el resto de alianzas territoria­les. Moreno y Marínfor man un matrimonio­bien a venido, aunque ya empiezan a mirarse de reojo. Lo mismo que Almeida y Villacís en la capital del Reino. El problema de Cs es que no levanta cabeza. Rozó la gloria con los 56 escaños, pero desde entonces no ha hecho más que cometer errores. Arrimadas no traslada futuro alguno. Huyó de Cataluña, se equivocó con la candidatur­a al Parlament y tropezó de manera infantil en Murcia, con el resultado conocido de la Comunidad de Madrid. Cualquiera con ese bagaje hubiera presentado la dimisión, pero se ve que a la lideresa centrista le importa más el cargo que la fama. Solo que el tiempo pasa y las encuestas cada vez le dan peores cifras. Las últimas, a ras de suelo, a punto de desaparece­r incluso de las Cortes. La caída e Cs, por lo demás, tiene un efecto beneficios­o en el resultado global del centro y la derecha. Las últimas elecciones que ganó Sánchez por los pelos, las hubieran sacado ad el antePP+Cs+Vox+ Navarra-Suma de haber concurrido juntos a los comicios. Obtuvieron en conjunto más votos que la izquierda. Pero la ley d’Hont penaliza de tal manera la división, que todas esas fuerzas se quedaron demasiado lejos de la mayoría.

La legislació­n electoral castiga la división y la gente a quienes no cumplen con sus expectativ­as. Y Cs no ha cumplido. Ser un día de izquierdas y otro de derechas no se entiende. Triunfaron en Cataluña porque trasladaro­n un mensaje claro de compromiso con España frente al nacionalis­mo. Incluso allí, y en eso, les ha pasado por delante Vox. Lo de Granada es una crisis local, pero con aroma nacional. Antes de que vaya a peor, Casado y Arrimadas deberían entenderse. Parece la única manera de evitar que la soledad del alcalde de la capital de la Alhambra se traslade al resto del Estado.

Los recelos entre Cs y PP persisten y las desconfian­zas crecen a medida que nos acercamos a nuevos horizontes electorale­s

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