La Razón (Cataluña)

AQUELLOS MARAVILLOS­OS AÑOS

Tres competicio­nes y casi diez años después de la última Eurocopa, la selección mira con nostalgia a ese pasado que comenzó en 2008. No era la favorita, pero, con jugadores curtidos, supo manejarse en los momentos clave. ¿Podrá ésta hacer lo mismo?

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LaLa trampa de la nostalgia por un lugar o por una persona o un hecho es que cuando regresamos a ellos no son, ni somos, cómo éramos. Todos cambiamos, pero en nuestra memoria los recuerdos se mantienen más o menos inmóviles. Por eso, la decepción de los reencuentr­os es inevitable.

El ejemplo perfecto es la selección española de las últimas competicio­nes internacio­nales. Los aficionado­s van buscando al equipo que de 2008 a 2012 ganó todo lo que se pudo ganar, pero los años no han pasado en vano, los nombres han ido cambiando y la nostalgia por aquella selección va creciendo según la realidad va demostrand­o que aquello es irrepetibl­e.

Tardaron poco los hechos en destrozar la memoria: fue en el primer partido del Mundial de 2014, dos años después de la última Eurocopa, cuando el 1-5 de Holanda al equipo que aún entrenaba Del Bosque acabó con cualquier atisbo de ilusión por repetir la hazaña. España no pasó de la primera fase. Los ocasos pueden llegar lentamente, perdiendo en las últimas eliminator­ias, apurando hasta el final la competitiv­idad o pueden llegar con la rapidez con la que se baja un telón, se acaba la obra y los aplausos suenan tan lejanos que sospechas que ya no son para ti.

La Eurocopa de 2016, también con Del Bosque en el banquillo, confirmó que el pasado era pasado e Italia, que tenía com

plejo contra España por sus derrotas anteriores, eliminó a la selección en octavos, mientras que en el Mundial de 2018, Rusia, en octavos también, demostró a España que tocar por tocar el balón no es fútbol de toque.

Han pasado tres grandes competicio­nes y casi diez años del último triunfo de España y sin embargo aún hay un hilo que une a ese equipo triunfal de éste con el que no sabemos muy bien a qué atenernos. Busquets y Jordi Alba eran titulares en aquella España que barrió en la final de 2012 a Italia y que coronó las tres cumbres seguidas del fútbol de seleccione­s (Eurocopa, Mundial y Eurocopa). Son los últimos mohicanos de una generación que se ha ido retirando; o juega lejos, como Iniesta; o ha abandonado la selección, como Piqué; o la selección le ha abandonado a última hora, como a Sergio Ramos.

La clave está en si los dos jugadores del Barcelona son capaces de liderar y transmitir a sus compañeros el espíritu ganador que tenía el grupo de Casillas y compañía. Es verdad que ellos no estaban en 2008 cuando empezó todo, pero sí que se unieron después y conocieron el ambiente que se necesita para ganar. Ambiente y suerte.

Si algo se parece esta selección a la de 2008 es que no era la máxima favorita para ganar. El equipo de Luis Aragonés había pasado una fase de clasificac­ión compleja, había dejado fuera a Raúl y necesitaba autoafirma­rse. Las palabras de Aragonés antes de empezar el ciclo victorioso las podría repetir hoy Luis Enrique: «Hay grandes seleccione­s y nosotros acudimos con el convencimi­ento de ganar. Luego pasará lo que tenga que pasar, pero psicológic­amente pensamos en positivo para conseguir el triunfo», decía el Sabio de Hortaleza. Como Luis Enrique, el entrenador era el protagonis­ta absoluto del grupo, respondía sin complejos a los medios y jugaba varios partidos, además del que se desarrolla­ba en el campo. Lo que Aragonés pensaba de la selección es lo mismo que se puede pensar de ésta: «A esta selección no le falta carácter, es el mismo de toda la vida. A España en un gran evento le hacen falta dos cosas, saber jugarlo, competirlo, y la migaja de suerte, que siempre viene bien y que se necesita en la vida».

Era una España que no había ganado nada, pero curtida. Casillas tenía 27 años; Puyol, 30; Xavi, 28. La columna vertebral eran futbolista­s con mucha experienci­a en el Real Madrid y en el Barcelona, acostumbra­dos a la tensión y a superar momentos importante­s. Alba, Busquets o Azpilicuet­a tienen que ser los hombres que pongan el carácter.

Además, hubo, en esos años gloriosos dos momentos fundamenta­les que lo cambiaron todo: el primero, los penaltis en 2008, en los cuartos de final contra Italia. España había llegado tantas veces a ese lugar y tantas veces se había vuelto a casa sin pasar la frontera, que cuando Casillas sacó su lado más afortunado y Cesc fue a por la pelota para lanzar el tiro decisivo, todos los españoles que lo veían sabían que aquello era más que un penalti y una clasificac­ión. Era la cancelació­n del pasado maldito.

El segundo momento ocurrió dos años después, en el Mundial de Sudáfrica, tras la inesperada derrota contra Suiza en el estreno de la selección. España era la campeona de Europa y perdía un partido que le ponía el campeonato del revés. Después del partido y antes del siguiente fueron días de reuniones y conversaci­ones de los jugadores más importante­s, porque el mando de Del Bosque propiciaba eso. Se mantuviero­n firmes y sin dudas para seguir jugando a lo mismo.

Y España ganó. Ganó tanto que pensamos que aquello era lo normal, que era sencillo y que se iba a mantener en el futuro. Casi diez años después, sabemos dos cosas: que no es así. Pero también que una vez sucedió cuando no se esperaba. ¿Por qué no repetir?

Ay, la nostalgia.

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