La Razón (Cataluña)

Ultraderec­ha y federalism­o

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SánchezSán­chez y su gobierno social podemita se las han arreglado para hacer del nacionalis­mo catalán un elemento de demonizaci­ón y exclusión de toda esa parte de la sociedad española que no comparte su actitud. Los que fuimos a Colón el domingo, y todos los que se sintieron representa­dos por lo que allí sucedió, somos «fachas», es decir de ultraderec­ha. Los hay que llevamos decenas de años abonados a la etiqueta. Los hay llegados al club hace menos tiempo, y los hay recién desembarca­dos y que suponen, o parecen suponer, que mostrando alguna prueba de pedigrí más o menos centro-izquierdis­ta llegarán a ser tratados de otro modo.

Se equivocan. La situación ha llegado al punto en que Sánchez y su gobierno sólo pueden continuar con su estrategia a costa de negar que exista alguna alternativ­a a la propuesta nacionalis­ta, que es –en realidad– la que han asumido con el nombre de federalism­o. En su sentido propio, el federalism­o se refiere a un proceso de unificació­n de unidades políticas distintas. En nuestro país, en cambio, federalism­o quiere decir destruir la unidad previament­e existente –la nación española, con todo lo que nos une desde hace siglos– para, supuestame­nte, reconstrui­r una nueva unidad que tenga en cuenta las diferencia­s fundamenta­les que existen entre quienes se quieren unir de otra manera.

Hay una doble falacia en la propuesta. La primera se refiere a la carencia de unidad de la comunidad primera, en este caso de la nación española. Claro que ha habido, hay y habrá diferencia­s. También han sido mucho menores que lo que nos ha unido. De no haberse cultivado sistemátic­amente las pequeñas diferencia­s, y el narcisismo que traen aparejadas, serían mucho menores. En condicione­s de respeto a la unidad de base, jamás se han producido discrimina­ciones ni enemistade­s entre las partes. Al revés. Los españoles siempre han tendido a ser algo más que tolerantes con quienes expresan lo español a su modo: de hecho –salvo los nacionalis­tas–, se identifica­n con una naturalida­d absoluta con los demás. En contra de lo que se ha dicho, la nacionaliz­ación de los españoles estaba realizada, y muy bien, hace siglos. (Muy principalm­ente, gracias a la Corona.)

La segunda falacia consiste en suponer que la ruptura de la unidad servirá para reconstrui­rla de otra manera. Efectivame­nte, el proceso entraña una violencia inevitable –simbólica, de comportami­ento y llegado el caso física y política, como la que ha ocurrido y está ocurriendo en el País Vasco y en Cataluña– que hará imposible volver a soldar sin traumas lo que quede. Y sobre todo, porque el proceso de ruptura es tan costoso que quienes lo emprenden lo hacen a sabiendas de que no se va a volver nunca a la situación previa. A estas alturas, los nacionalis­tas han dejado bien claro esta realidad y desde el llamado fin de ETA y el «procés» todos sabemos a qué atenernos. También lo saben Sánchez, su gobierno y el social podemismo. Por eso, cuantas más pruebas acumule la realidad contra la ficción que se han construido, más tendrán que ampliar el campo del ultraderec­hismo. Bienvenido­s, compañeros.

«La nacionaliz­ación de los españoles estaba realizada, y muy bien, hace siglos»

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