«APOYO AL GOBIERNO EN LA CONCESIÓN DE LOS INDULTOS, IGUAL QUE LO APOYARÍA SI NO LOS CONCEDIERA»
JuanJuan Espadas sabe cuál es su sitio. Se conoce el papel como si hubiera formado parte del reparto del culebrón socialista más de tres décadas. Ha memorizado todos los tomos de la enciclopedia Espasa sobre cómo sobrevivir en el PSOE conviento conviento y marea y de paso medrar como un profesional. Se le podrá discutir si esto o aquello lo honra o si dignifica la trayectoria de un servidor del pueblo, pero su lealtad hoy es la que es, y es obligado reconocer que no le ha ido mal en esto de la cosa pública con carrera de provecho. En un partido y un régimen devorado por la corrupción y el escándalo durante casi cuatro décadas, el actual alcalde de Sevilla se ha reinventado como la gran esperanza blanca del cambio pese a que él también estuvo allí. Con las retroexcavadoras de Moncloa y Ferraz ha derribado no el muro, sino el tabique de adobe al que los zapadores sanchistas sanchistas habían reducido la resistencia de Susana Díaz en todo el territorio sin que esta se hubiera percatado. Juan Espadas es un sanchista pata negra desde que el presidente lo ungió con el óleo del poder vicario y el título del sucesor designado al sur de Despeñaperros. En este sentido, el candidato socialista en Andalucía y ganador de las primarias no vaciló ayer como cuando lo inquirían por los indultos de los políticos separatistas antes de que la mlitancia votara el pasado domingo. Lo dijo en Más de uno con Carlos Alsina: «Apoyo al Gobierno en la concesión de los indultos, igual que lo apoyatra ría si no los concediera». Ese es el criterio y el sentido de la bandería cuando el jefe toca a rebato. El soniquete de la corneta es el equivalente a prietas las filas. A Espadas y todos los socialistas que hoy siguen en perfecta marcialidad y formación los dictados de Sánchez, le parece estupendo el blanco o el negro, salado o dulce, el agua fría o la hirviendo. La disciplina funciona cuando el poder se ejerce y hay un reguero de cadáveres políticos para convencer a los timoratos y gabelas de sobra para sobornar conciencias díscolas. Y sí, hay sectas apocalípticas que acaban en suicido colectivo.